El patinador español Javier Fernández ha asegurado que es «increíble» proclamarse campeón del mundo de patinaje artístico por primera vez en su carrera, sobre todo derrotando al campeón olímpico, el japonés Yuzuru Hanyu, y no sabe si sucederá «otra vez».
«Es increíble. No sé si sucederá otra vez, pero esta vez es muy especial para mí», declaró tras la conclusión del Programa Libre, en el que terminó segundo, un resultado que unido a su segunda posición del viernes en el Programa Corto le da el título.
El madrileño, triple campeón de Europa, mostró su satisfacción por haber podido batir al nipón, primero en el Programa Corto y tercero en el Libre. «Ha sido una competición muy dura, mis compañeros tienen mucho nivel. Casi no me creo que he sido capaz de batir al campeón olímpico una vez», concluyó.
Comenzó a patinar con seis años
«En España no se ve el patinaje como un deporte de chicos, así que a veces fue duro admitir que quería ser patinador. Cuando iba a la escuela y decía que quería ser un patinador artístico, la gente veía este deporte como el ballet, como algo para chicas», dijo Fernández en una entrevista a »Reuters» en 2013.
«Es duro cuando la gente de tu país cree que el patinaje sobre hielo es un deporte de chicas.»
La primera vez que Javier Fernández pisó una pista de hielo tenía seis años. Acompañó asu hermana Laura, patinadora por aquel entonces y como Javi ha reconocido «una figura clave» en su carrera. Este hijo de Enriqueta, una cartera de correos, y de Antonio, un militar, se sintió cómodo con los patines y sus padres encontraron una distracción para aquel chaval inquieto que veraneaba en Navalacruz, el pueblo de Iker Casillas. Pronto los expertos de la Federación vieron que tras el distraído y travieso Lagartijo (como le apodaban) había talento.
En 2007, con 15 años, se estrenó a nivel internacional cuando fue 28º de Europa y 35º del mundo. Nada hacía presagiar que allí había una estrella. Pero estaba ahí… Y muy grande. Siguió su progresión y en 2009, con 17, el ruso Nikolay Morozov le ofreció irse a Estados Unidos para entrenarse allí gratis. Javi no sabía ni pizca de inglés, pero fue valiente y se marchó sin demasiado recursos económicos a New Jersey. La apuesta salió mal. No se adaptó al grupo de Morozov y se sintió aislado. Pese a ello fue a los Juegos de Vancouver, donde fue 14º. Sin embargo, no disfrutaba. «Me veía montando muebles», reconoció. Y en 2011 llegó el milagro.
Desencantado tras el Mundial de Moscú, Javi habló con Brian Orser, un simpático medallista olímpico en 1984 y 1988, que le ofreció acogerle en su equipo de élite en Toronto. Del mal rollo con el disciplinado Morozov, Javi pasó a la alegría con Orser. El canadiense entendió el espíritu libre del madrileño, a la vez que supo inculcarle un serio método de trabajo. Y llegaron los éxitos, uno detrás de otro. Primero fue el triunfo en el Skate Canada, cuando los diarios del país se preguntaban «¿Puede nacer un patinador en la tierra de los toreros?». La respuesta era un sí rotundo, que se confirmó en 2013 con su primer oro europeo y el bronce mundial. En 2014 repitió esos resultados, pero se llevó la gran decepción de ser cuarto en los Juegos de Sochi, tras Hanyu, Chan y Ten.