La edición número 40 del Festival de Otoño avanza en su tercera y última semana haciéndole un guiño a su propia historia con la presencia estelar de Robert Lepage y el estreno, con su compañía Ex Machina, de la pieza 887 en el Teatro del Bosque de Móstoles (24, 25 y 26 de noviembre). El artista quebequense visita por novena vez el festival con la contundencia de sus obras siempre por delante, obras que siendo profundamente teatrales, rezuman una mística propia y un trabajo tecnológico que, casi de forma alquímica, transforma la máquina en magia y la Historia en poesía.
Con una duración de «tan solo» 2 horas (nada al lado de las 6 horas de La trilogía de los dragones o de las 9 horas de Lypsynch), el ritual se repite en este monólogo que escribe, dirige e interpreta el propio Lepage, haciendo de 887 la más autobiográfica de sus piezas. El carácter eminentemente caprichoso de la memoria humana es uno de sus temas principales. 887 es el número de la Avenida Murray de Quebec en el que estaba el estrecho apartamento donde vivió Lepage de niño junto a sus tres hermanos, sus padres y su abuela enferma. Una familia de clase trabajadora que revive en este montaje gracias a la sofisticada destreza escénica que despliega Ex Machina como ninguna otra compañía en el mundo.
A partir de ese recuerdo iniciático, la obra propone una incursión en la cuestión de la memoria como mecanismo de supervivencia y como recurso artístico, en la memoria personal y en la colectiva, en la selectiva y la que olvida, y por qué olvida lo que olvida. Y también en esa gigantesca memoria global que son los mecanismos de almacenamiento digital que hoy en día guardan nuestros datos. A caballo entre el teatro y la conferencia, Lepage expone al espectador las tribulaciones de un actor que, para sobrevivir, debe recordar.
Recta final con gran presencia internacional |
La presencia internacional en esta última semana de festival no termina con Ex Machina. Al contrario, presenta toda una traca final con nombres cardinales y consolidados a nivel mundial. Tiago Rodrigues, director y dramaturgo portugués, actual director artístico del Festival de Avignon, visita el Festival de Otoño con la obra Dans la mesure de l’impossible (En la medida de lo imposible), que se podrá ver en los Teatros del Canal (26 y 27 de noviembre). Se trata de una producción de La Comédie de Ginebra y fue con sus actores y actrices con los que Rodrigues alumbró la idea de trabajar sobre la labor humanitaria de organizaciones como Cruz Roja o Médicos sin fronteras, buscando entender el impulso de acción sin contrapartida (al menos entendida en el sentido capitalista), el anhelo de querer un mundo mejor sabiendo que es muy difícil pero que comporta una gran satisfacción no exenta de contradicciones. A partir de las conversaciones con delegados de organizaciones humanitarias diversas, director e intérpretes construyen un relato que expone los dilemas de un grupo de hombres y mujeres que se mueven entre zonas conflictivas y un hogar tranquilo y seguro, entre la inmediatez de la acción y la reflexión posterior, la capacidad de autocrítica y la búsqueda de fuerzas internas para seguir ganándole tiempo a lo que puede estar por llegar. Con furia o con poesía, o con ambas, todas las historias conmueven pero no se diluyen en un sentimentalismo forzado. Es una puesta en abismo al calor de una carpa donde las vivencias percuten como las baquetas sobre los timbales que aporrea en escena el músico portugués Gabriel Ferrandini. Cruzando el charco de nuevo, el ciclo Orilla abierta vuelve sobre Marina Otero para ver la segunda de las piezas de la bailarina y coreógrafa argentina que le sirven como carta de presentación en España. Love Me (Réplika Teatro, 25 y 26 de noviembre) está escrita junto al dramaturgo, también argentino, Martín Flores Cárdenas y cierra el díptico inaugurado con Fuck Me. Después del sexo, el amor. El reverso de la fuerza. El cuidado o la violencia.
Love Me también es una despedida de Buenos Aires y un viaje hacia el origen (su bisabuelo era español, y a España se ha venido a vivir la artista recientemente). En ese doble movimiento de desarraigo y búsqueda de una vieja raíz familiar en otro continente, se revela una doble lectura o dos formas de leer la violencia. Una tiene que ver con la violencia ejercida por su propio bisabuelo, que pegaba a su mujer y, para no matarla, como dice Marina, la abandonó y volvió a España para morir aquí solo. Otra es la violencia de los movimientos migratorios, todos esos sinsabores, rencores, odios, injusticias que abonan relaciones tensas, que demuestran lo difícil que le es al ser humano convivir con el otro que es como él. También con producción de La Comédie de Ginebra llega, por otro lado, una obra teatral basada en una película. Cine y teatro siempre conviven en la obra de Christiane Jatahy. La directora y realizadora brasileña se trae a las tablas el aroma y los conceptos que estaban en Dogville, de Lars Von Trier. Lo ha titulado Entre chien et loup (Entre perro y lobo) y estará en el Teatro María Guerrero del Centro Dramático Nacional (25, 26 y 27 de noviembre). Si la cinta del director danés jugaba al teatro dentro del cine, Jatahy no solo intenta darle la vuelta a esta premisa sino que trata de pensar un futuro más esperanzador y menos violento del que propone la película. El asunto central es la aceptación. Dogville era un relato cruento sobre una enigmática mujer -Nicole Kidman- que encuentra refugio en una pequeña comunidad. El deseo de encajar la empuja a esclavizarse progresivamente, aceptando los deseos de los demás. Aceptar para que te acepten, hasta que no se puede aceptar más. Toda la obra se sitúa en esa línea divisoria, esa frontera, esa grieta que se abre entre la luz y la sombra, entre el día y la noche, entre el perro y el lobo, como reza el título, entre la bondad y la amenaza, una dialéctica que se plasma formalmente a través de la tensión generada entre actor y personaje, entre realidad y ficción, entre pasado y presente, entre cine y teatro. Cerrando la presencia latinoamericana en esta edición del Festival de Otoño, desde Uruguay llega Ana contra la muerte (Teatro de La Abadía, 25, 26 y 27 de noviembre), una obra escrita y dirigida por Gabriel Calderón que cuenta con un elenco femenino conformado por Gabriela Iribarren, Marisa Betancur y María Mendive, tres de las más grandes actrices del actual teatro uruguayo. Ellas tienen entre manos una historia devastadora, pero imprescindible.
La obra es un grito metafórico conformado por diálogos entre tres mujeres a partir del calvario que vive una de ellas, Ana, que ve cómo su hijo se apaga enfermo de cáncer. Una obra dura sobre una madre que confiesa que sería capaz de «robarle la enfermedad» a su hijo con tal de salvarle. No es un drama sentimental, aunque pueda mover al llanto, porque es también un motor de preguntas: ¿Qué hay detrás del rechazo a la muerte tan consustancial al ser humano? ¿Qué hay detrás de la manipulación de la memoria que a veces llevamos a cabo casi como mecanismo de defensa? ¿Qué hay detrás de los privilegios que algunas personas tienen ante la muerte por su posición social y económica? Volviendo a Europa, la única presencia italiana en el festival llega esta semana de la mano de Federica Porello, que combina teatro, danza y lo que ella llama danza de objetos en NOWHEN (AhoraCuando) (Sala Cuarta Pared, 25 y 26 de noviembre). La pieza, incluida en el ciclo Cuerpo (In)finito, ha contado con la colaboración, entre otros, de Xavi Moreno, Fanny Thollot, Pep Aymerich y la compañía Malpelo, e incorpora textos de la poeta y artista visual líbano-estadounidense Etel Adnan, del antropólogo británico Tim Ingold y del terapeuta Mike Boxhall, y de los escritores Italo Calvino y Samuel Beckett, entre otros. Asistimos a una especie de sinfonía donde palabras, movimientos, sonidos, luces, objetos e ideas suman sin descartar el silencio, la inmovilidad o la oscuridad, suman desde la disgregación, desde el caos, y dando espacio a la posibilidad de disolución y resolución. El personaje que encarna Federica atraviesa y se deja atravesar por ese entorno, sigue un camino a medida que se despliega, un camino que empieza en ningún sitio y acaba en ningún sitio, que es como decir que ni empieza ni acaba. Su único propósito en este ecosistema fluctuante es el de mantenerse en la sutil línea que separa y une gravedad y ligereza.
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