Se puede decir que Hopkins ha tenido suerte entre nosotros; se le lleva traduciendo más de medio siglo, con desigual fortuna, a un lado y a otro del Atlántico, en un intento de acercarlo renovado al lector hispano. Tres autores de entre los grandes han ensayado una explicación (Cernuda, Dámaso Alonso, Muñoz Rojas), pero queda tanto… La más potente de largo la dio el Padre Durán en su libro sobre los terribles sonetos. Pienso que cada intento, como el que ahora le dedica Rivero Taravillo, es al tiempo un logro y también un recordatorio de la distancia que una poesía como la de Hopkins implica para una cultura contemporánea cada vez más chata y acomplejada, cada vez más metida en la niebla parda de la suficiencia.
La selección de los poemas me parece impecable. Está casi todo lo esencial: algunos de los primeros poemas, ese gran poema-libro que es El Naufragio del Deutschland y un puñado de los poemas de madurez, un conjunto difícilmente superable que incluye obras maestras como La grandeza de Dios, El mar y la alondra, que da título al libro, The Windhover (dedicado por el poeta al Cristo, al que consideraba con toda razón el único crítico ante el que rendir cuentas), Inversnaid, varios de los llamados “Sonetos terribles”, excluido el número 66 pero incluido el estremecedor Consuelo de la carroña que Hopkins afirmaba haber escrito no con tinta sino con sangre y, por fin, esa sima poética que es Que la naturaleza es un fuego heracliteano y del consuelo de la Resurrección.
No se debe improvisar un juicio sobre una traducción en un breve nota como ésta. También a las traducciones les hace falta que pase el tiempo (bastante pasan los traductores delante de su materia). La edición bilingüe permite en este caso ver en la página par, como en un espejo, cada apuesta del traductor. Rivera Taravillo hace que Hopkins suene bien y en lo que he visto hay mucho acierto fonético, léxico y sintáctico. Es un trabajo serio que nace de un entusiasmo sostenido. Si toda traducción es difícil, Hopkins resulta ser un triple salto mortal.
No sólo es cultísimo y sutilísimo (toda Grecia, la metafísica medieval y el judaísmo pero también el gran norte están contenidos en sus versos). No sólo está dotado de un gusto raro por su exquisitez. Sobre todo es un alma rota, y de ahí se deberían inducir muchas cosas también en el plano lingüístico. “…yo soy, y ese cualquiera, ese tío, ese tiesto, ese trasto, esas trizas…”. Hopkins se consideraba un hazmerreír, una broma (joke dice literalmente), un botarate pero en un juego místico, en un diálogo o cántico davídico con la persona de Cristo, algo que hoy nos suena a “película de Hollywood” pero que para el poeta es lo único real, lo que sostiene todo el edificio como el espíritu que desciende amoroso sobre un mundo torcido en God´s grandeur.