Al anuncio de abdicación de SM el rey don Juan Carlos le ha seguido un clamor de cierto sector de nuestra izquierda que pide un referéndum sobre la forma de estado para que sea el pueblo quien elija si quiere o no a un nuevo monarca en el trono. El clamor no habría de sorprender ni preocupar, si no hubiese coincidido con unas elecciones europeas que han supuesto un absoluto varapalo para los partidos tradicionales, acompañadas por una grave crisis institucional y otra económica, que parecen fatigar un período y un régimen político, el de la transición, que podría empezar a resquebrajarse. Las similitudes con una época no tan lejana, la de la II República, parecen más que evidentes. Como entonces, la crisis sobrevino tras unas elecciones que no elegían un gobierno – entonces fueron municipales, ahora europeas – y además, los partidos tradicionales vencieron, pero quedaron tocados. También en 1931 la institución monárquica estaba debilitada, veníamos de una grave crisis económica, el crack del 29, y un sistema que había funcionado, el de la Restauración, parecía agotado y resquebrajado.
“En la II República se produce un agotamiento de los dos grandes partidos de la Restauración, el Partido Conservador y el Liberal y el sistema político pide una renovación que aquellos dos partidos no tienen capacidad de desarrollar. En aquel momento, como ahora, aparecen opciones que habían sido marginales, como el PSOE, que se convierte en un partido de gobierno o la CNT que representa una corriente revolucionaria. No sé si Podemos podría representar a la CNT de entonces, pero sí que se puede establecer una similitud entre el agotamiento del bipartidismo y el de aquellos partidos de la Restauración. Cuando un partido se agota tampoco pasa nada, ocurrió con UCD y aparecieron otros que ocuparon su lugar. Hoy también hay nuevas opciones, no sólo Podemos sino otras opciones como UPyD o Ciudadanos”, explica el profesor de Historia Contemporánea del CEU, José Luis Orella.
En efecto, los principales partidos del ‘turnismo’, el liberal y el conservador, fueron totalmente fagocitados con la irrupción de la República y en su lugar, otros partidos antes minoritarios, como el Partido Radical de Alejandro Lerroux, Acción Republicana de Azaña o el propio PSOE, toman el relevo mientras que las derechas y el progresismo tradicional, que bien pueden compararse con el PP y el PSOE, deben reinventarse. “El Partido Conservador había sido fundado por Cánovas del Castillo, que ha sido referencia para el PP en algún caso, mientras que el Partido Liberal aportaba las cuotas necesarias de progreso para que la sociedad fuese avanzando. Aunque ya entonces existía el PSOE, los liberales eran los progresistas dentro del sistema y encarnaban lo que hoy podrían ser los socialistas”, explica el profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Navarra, Javier Caspistegui.
Otra de las similitudes entre la situación previa a la II República y la etapa actual puede ser el descrédito de la institución monárquica. “La diferencia es que en 1931, el rey Alfonso XIII se había implicado personalmente en la vida política apoyando la dictadura de Primo de Rivera y era en general mucho más intervencionista políticamente, mientras que el rey Juan Carlos ha mantenido una postura de neutralidad en el terreno político, por lo que su figura, aunque debilitada, no lo está tanto”, explica Caspistegui, que encuentra un paralelismo mucho más curioso. “Ni en el año 1931 ni en la actualidad puede decirse que haya en España auténticos republicanos, al menos en un número significativo. Aunque esto, como se vio entonces, no es impedimento, debe tenerse en cuenta porque una república no es sólo una forma de gobierno, sino también una forma de organizar un estado y tiene sus consecuencias”.
El fin de la era de la Transición
Si la II República significa el fin de la sociedad de la Restauración, que dejó paso a una nueva sociedad, la abdicación del rey don Juan Carlos puede suponer el fin de la sociedad de la Transición, para abrir un nuevo período de nuestra historia. “Puede decirse que está desapareciendo el protagonismo de la sociedad de la Transición y está surgiendo una nueva generación de líderes de todo tipo, sindicales, económicos y políticos que no tienen nada que ver con aquella época ni tienen esa admiración por el antiguo monarca, que es una persona fuera de su tiempo”, explica José Luis Orella.
La II República se asentó sobre una situación socioeconómica muy difícil, con una sociedad muy rural que tenía grandes problemas de subsistencia mientras que en este caso, la situación no es mucho mejor, con una crisis del sistema neoliberal que nos está llevando a una situación de precariedad, donde se pone en cuestión la supervivencia del estado de bienestar, de ahí que de algunos sectores de la sociedad, surjan respuestas más o menos radicales.
“En el año 31 todavía se sufre la crisis económica provocada por el crack del 29, que tuvo consecuencias gravísimas para España. La diferencia es que entonces no existía ningún tipo de mecanismo para proteger al ciudadano, como la Seguridad Social, los seguros de desempleo y todo lo que hoy es el Estado de Bienestar, por tanto la situación era más crítica”, advierte el profesor de la Universidad de Navarra, Javier Caspistegui.
Similitudes con la I República
Mucho más remotas y casuales parecen las similitudes de este período histórico con la I República, aunque también aparecen paralelismos, como el hecho de que el cambio de régimen se produjera tras la abdicación de un monarca, en aquel caso Amadeo I de Saboya. “El problema es que aquel rey no tenía más apoyos que el general Prim y en cuanto este desaparece, el monarca se vio tan solo que decidió desaparecer también. Otra cosa sería el tema de las tensiones cantonalistas, que pueden recordar a algunas tiranteces actuales, aunque el paralelismo no sea claro”, explica el profesor del CEU, José Luis Orella.
Para Javier Caspistegui, los conflictos territoriales de aquella época estaban más cerca del anarquismo que de cualquier reivindicación nacionalista. “Por entonces no había conciencia territorial salvo quizás en Cataluña, donde más que nacionalismo habría que hablar de regionalismo y siempre desde un punto de vista cultural, más que territorial”, explica.
Las dificultades de establecer paralelismos vienen de la lejanía histórica y política pues no hay que olvidar que la I República se remonta al año 1873. “En aquel momento ni siquiera se puede hablar de democracia, se acababa de instaurar un sufragio universal sólo masculino, había un alto grado de analfabetismo y la República no llega por aclamación, sino casi ante la ausencia de otra posibilidad”, explica el profesor de Historia de la Universidad de Navarra, que subraya que el respaldo de Amadeo de Saboya en aquel momento era mínimo e incomparable con el que tiene don Juan Carlos, pese a toda la pérdida de popularidad.