Puro odio. Es lo que lleva a algunos padres a matar a sus propios hijos en venganza de su mujer, de su marido o de la ex pareja. Y aunque en algunos casos es la locura, los celos patológicos, los brotes psicóticos o los tremendos efectos del alcohol y las drogas los que llevan a cometer estos actos, lo cierto es que en la inmensa mayoría es el odio el que dirige la mano asesina de un padre hacia lo que, supuestamente, más quiere en este mundo.
Porque el odio ciega, nubla, y la intención de hacer daño al otro convierte a los hijos en meros instrumentos. «Los hijos pasan a ser sólo los hijos del otro», asegura José Cabrera, psiquiatra forense, quien añade: «Así de simple. Se mata por odio. Es maldad pura». Y la maldad pura existe. El último caso, el de un padre alemán que decidió poner fin a la vida de sus cuatro hijos, de entre 5 y 12 años, se lo contó a su mujer por SMS y después se intentó suicidar.
«El odio puede al amor, y paga el más débil», señala por su parte Javier Urra, psicólogo forense. «La fuerza del amor es mucha; la del odio es incalculable», y Urra coincide con Cabrera en señalar que los hijos se instrumentalizan para causar daño al otro. Si a esto se le añade el suicidio del progenitor asesino, se da un paso más en la venganza. «Yo me voy, pero a ella/él le dejo un sufrimiento inenarrable», para toda la vida. «Y lo hace porque la odia», sentencia Urra.
Y Cabrera abre una tercera vía: «El que uno de los miembros de la pareja, en este caso el hombre, sospeche que los hijos no son suyos«, con razones fundadas o sin ellas. Lo cierto es que es la forma más cruel de hacer daño a la otra persona.
Las mujeres también matan
En enero de 2002, una mujer rota por el dolor entierra a sus dos hijos en un multitudinario acto en Santomera (Murcia). Los pequeños, de 6 y 4 años, han muerto de madrugada durante el asalto de unos ladrones a su vivienda. Han sido asfixiados con el cable de un cargador de móvil. Entonces, nadie o casi nadie se percata de la venda que Paquita González lleva en una de sus manos.
Pero la Guardia Civil le sigue la pista. Justo después del entierro, es detenida como autora del asesinato de sus hijos. La venda ocultaba las marcas de defensa de sus propios hijos; lucharon contra ella para no morir. Paquita actuó en venganza hacia su marido, un camionero al que le atribuía numerosas infidelidades. Y no estaba loca. Así lo determinaron los informes psiquiátricos.
Y es que las mujeres también matan, y también a sus propios hijos, por odio. Es lo que se conoce como el síndrome de Medea. En 2008, Amaya, de 40 años y residente en una localidad de Pamplona, administró grandes cantidades de benzodiacepinas a sus cuatro hijos para acabar con sus vidas. Después, intentó suicidarse. Murieron dos de ellos, de 3 y 8 años, y los otros dos, de 12 y 14, lograron sobrevivir. Amaya y su marido estaban en pleno proceso de divorcio.
Aunque la forma de ejercer la violencia no sea la misma en hombres y mujeres (ellos matan a golpes y ellas, envenenando), lo cierto es que las mujeres también pueden planear actos malvados: aunque pase que «una mujer también mata a sus hijos, pero la sociedad piensa que está loca, y si es un hombre es porque es malo», especifica Urra.
Acto puro de egoísmo
Al odio en un acto de este tipo se le suma el egoísmo: «Se mata a los hijos porque uno cree que le va a hacer más daño al cónyuge que el que le va a hacer a uno mismo. Esto es puro egoísmo», indica Javier Urra, que introduce el acto del suicidio como una forma más de huir de las consecuencias. Y es que si uno mata a su pareja, irá a la cárcel y tendrá a unos hijos que le recriminarán sus actos. Si se suicida, se acabaron los problemas…
¿Cualquiera puede acabar matando a los hijos por odio? No. Como indica Urra, es la conciencia moral la que impide llegar a actos de semejante calibre. «No todos pueden hacer esto». Sabemos que no se debe matar, «sabemos que los hijos no nos pertenecen«.