El síndrome de la Moncloa. El maleficio del que no se ha librado ningún presidente del Gobierno ha afectado también a Zapatero. Así la menos lo deja claro López Aguilar en un autocrítico escrito de 30 páginas en la que el Gobierno del que formó parte no sale bien parado. Nadie pensó que el joven que entró en la Moncloa como un soplo de aire fresco pudiera acabar como Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar.
Aunque en estos casos sí que hubo grados. Suárez sufrió tanto un aislamiento interior como exterior. Motivado por el enfrentamiento con estamentos que no le querían y por luchas políticas de primer nivel. Además, con ETA en plena efervescencia la seguridad era vital. Hermético sobre su vida privada, sí es verdad que Suárez se convirtió más tarde, en un fenómeno para la entonces incipiente periodismo del corazón, que alardeaba de un presidente con un encanto y carisma poco conocido por estos lares.
Calvo Sotelo era un hombre tranquilo, que nunca tuvo la política como obsesión y que, por el tiempo de permanencia y su carácter, menos público resultó más desconocido para todos. Cultísimo (ningún presidente ha hablado idiomas con él, tocaba el piano y leía todo lo que caía en sus manos). Su hermetismo, el recelo por su privacidad, también le convirtieron en una persona cuasi anónima en su etapa de pos-presidente.
Felipe González sí que sufrió como pocos ese síndrome de la Moncloa. Un problema que presenta una serie de síntomas bastante claros, como ya señaló Pilar Cernuda en su libro editado por Espasa. Uno de ellos es prescindir de la mano derecha que te ayudó llegar al poder (que se lo pregunten a Martorell, a Guerra, a Cascos, a Caldera y Sevilla…) , otro, dejar de consultar con sus equipos y de escuchar lo que le dicen los medios, la sociedad y hasta la oposición (es lo que López Aguilar critica ahora a ZP). Cuando un presidente declara que no todo el mundo dispone de los datos que él tiene para juzgar, aunque sea cierto: malo. Aznar no es escuchó en Irak, ZP con la crisis… la historia se repite.
Una de las grandes razones que lleva a los presidentes a caer sin remedio bajo este síndrome es el hecho de que la Moncloa esté aislada de todo y de todos. En otros países europeos, la sede del Gobierno está en un barrio importante de la capital y no tan aislado de la realidad. Y eso se nota.
Felipe definió la Moncloa como «una tarta de nata montada con toques de purpurina» y Ana Botella, menos lírica, lo calificó como «un lugar inhabitable para una familia normal.» Todos hicieron modificaciones, pero no sirvieron para conectarle con el mundo real. El cambio más radical lo emprendió Sonsoles Espinosa, esposa de Zapatero, que pintó con colores claros las estancias, cambió muebles clásicos por otros de diseño y apostó por cuadros de autores contemporáneos. Pero la familia siempre se ha sentido extraña, y aislada, la de todos. Y más si en ella había hijos.
Las dificultades de González y ZP con los suyos han sido evidentes. Por eso no extrañó cuando Rajoy, en una de sus múltiples promesas, dijo que su idea era no vivir en la Moncloa. No lo pudo cumplir, seguridad manda. No ha dicho nunca, que no sufrirá el síndrome de la Moncloa como dijeron otros, pero mejor que no lo prometa. Ningún presidente se libra de él.