A todo el mundo le gustaría ser millonario pero el dinero está demostrado que no da la felicidad. Un premio cuantioso como ganar la primitiva o la quiniela no daría una felicidad plena y si otros motivos.
Un estudio –«Ganadores de lotería y víctimas de accidentes: ¿es la felicidad relativa?«- encontró que la gente que ganó grandes premios no eran más felices que quienes compraron boletos pero no ganaron.
Al parecer, si uno puede evitar las miserias básicas de la vida, tener un montón de dinero no te hace más feliz que tener poco.
Una manera de explicar esto es asumir que los ganadores de la lotería se acostumbran a su nuevo nivel de riqueza y sencillamente se adaptan a un nivel básico de felicidad, conocido como la «noria hedónica».
Otra explicación es que nuestra felicidad depende de cómo nos sentimos en relación con nuestros pares. Si uno se gana la lotería quizás se sienta más rico que los vecinos y piense que si se muda a una mansión en otro barrio será más feliz. Pero luego mira por la ventana y se da cuenta de que todos los nuevos amigos tienen casas más grandes.
Estos dos fenómenos sin duda juegan un papel, pero el misterio más profundo es por qué nos olvidamos de lo que nos satisface cuando podemos conseguirlo.
Los ganadores de la lotería podrían tener en cuenta la «noria hedónica» y el efecto de comparación social cuando se gastan la plata, y así podrían ‘comprar la felicidad’.
Pero parte del problema es que la felicidad no es un atributo como la altura, el peso o la renta, que pueden ser fácilmente medidos con un número.
La felicidad es un estado complejo y nebuloso que se alimenta de sencillos placeres pasajeros así como de recompensas más permanentes por actividades que sólo tienen sentido desde la perspectiva de años o décadas. Por ello, quizás no es sorprendente que a veces nos quede difícil actuar de manera que nos haga más felices.
Las memorias imperfectas y la imaginación hacen que nuestras elecciones momento-a-momento no siempre reflejen nuestros intereses a largo plazo. Parece incluso que el mero acto de tratar de medir qué nos satisface más nos puede distraer y desviarnos de nuestro objetivo.
Un importante estudio de Christopher Hsee del Chicago School of Business y sus colegas mostró cómo puede ocurrir.