Llega John Carter, una aventura para toda la familia basada en la novela de Edgar Rice Burroughs »Una princesa de Marte» (1912), una obra pionera de la ciencia ficción que marcó el camino que luego seguirían los grandes títulos del género. ¿Le da eso patente de corso para perpetrar cualquier tropelía?
La respuesta debería ser negativa. Es más, el respeto reverencial que merece la novela del también creador de Tarzán, fuente -insistimos- de la que bebien exitazos como Star Wars, Dune o la mismísima Avatar, obligaba a alumbrar algo más que lo que nos muestra la nueva superproducción de Disney.
John Carter (Taylor Kitsch) relata la aventura de un veterano de la Guerra de Secesión que, después de ver cómo el conflicto le arrebataba todo en la vida, vaga sin rumbo fijo en busca de oro. En esta vida como renegado huye de sus deberes para con el Tío Sam. Y precisamente será en una de estas escapadas cuando inexplicablemente se teletransporta hasta Barsoom, el planeta conocido por los terrícolas como Marte.
Allí Carter conocerá a todo tipo de marcianos. Unos más verdes y feroces, como Tars Tarkas (Willem Dafoe), otros más seductores y atractivos como la Princesa Dejah (Lynn Collins) y otros más malvados y crueles como Sab Than (Dominic West). En medio de todos ellos el terrícola de Virginia se verá envuelto en una lucha por el control del planeta.
VARIAS VIRTUDES, NOTABLES DEFECTOS
Parajes increíbles, criaturas fantásticas, luchas espectaculares, un buen puñado de acción y, cómo no, una trama amorosa para intentar darle un poco de sal y pimienta al asunto. Estos son los principales ingredientes de John Carter. Una cinta que contiene lo suficiente para entretener -que no entusiasmar- al respetable de aspiraciones más palomiteras, y también los elementos necesarios para desesperar a quienes buscaban un producto mucho más cuidado. Y es que John Carter sufre disfunciones notables que, inevitablemente, desvirtuan todo el conjunto.
Y cuando hablamos de defectos y falta de celo su acabado, no nos referimos a su factura. La calidad técnica y el despliegue de efectos digitales es sin duda alguna el aspecto más notable de la producción. Pero este derroche de recursos -materiales y virtuales- no lo aprovecha Andrew Stanton, un director que había demostrado sobrada sensibilidad en la genial WALL·E, pero que lastra su primera aventura de acción real con un guión bastante deficiente.
Algunos diálogos, negligentes en su construcción y por momentos verdaderamente ridículos- y el desaliñado trabajo de varios de los miembros del reparto, constituyen los eslabones más débiles de la cadena. Menos mal que la que el héroe utiliza para enfrentarse a los colosales monos blancos es bastante más consistente.