El pasado 3 de enero un destructor antisubmarinos ruso atracó en la Manila. Su misión: realizar actividades conjuntas con las fuerzas navales de China y Filipinas. Se trataba de una visita muy simbólica. Con ella, el presidente del país, Rodrigo Duterte, conocido por llamar “hijo de puta” a Barack Obama y por una guerra contra la droga basada en ejecuciones extrajudiciales (con más de 6.000 muertos hasta la fecha), sellaba su distanciamiento de Estados Unidos y su acercamiento a Rusia.
Este éxito geopolítico es sólo uno de los muchos conseguidos por el presidente ruso, Vladimir Putin. Ha anexionado Crimea (Ucrania), ha destrozado a la oposición siria en defensa de su aliado en la región, Bashar Al-Asad, ha hecho las paces con Turquía y ha bombardeado junto a ella a Estado Islámico… Mientras, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, ha prometido una super potencia más aislacionista y alejada de las intervenciones globales.
Este 2017 “zar” ruso se frota las manos, porque puede ser su gran año de afirmación de la influencia internacional perdida con la caída del muro de Berlín. Los analistas consultados por Te Interesa advierten, sin embargo, de que el ruso es un gigante con pies de barro, con una economía débil y un ejército insuficiente para disputarle la hegemonía a Estados Unidos. La percepción de su poderío es mucho mayor que su poderío real. Ponen un ejemplo: solo tiene un portaaviones (elemento militar clave en el control de las rutas marinas y en los ataques a larga distancia), el Kuznetsov y lo tienen en reparación. Estados Unidos posee diez en activo.
Cooptada Turquía, el próximo objetivo puede ser Europa
“Rusia no puede recuperar su lugar de súper potencia, aunque sí está volviendo a ser potencia a secas”, explica a Te Interesa Javier Morales, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Europea de Madrid. “Su presencia en el mundo tiene límites, porque no puede intervenir en varias zonas al mismo tiempo. En Siria, por ejemplo, ha comenzado a intervenir hace unos meses, a pesar de que la guerra empezó en 2011, porque ya se había estabilizado el conflicto con Ucrania”.
Los bombardeos, afirma el profesor, son muy espectaculares de cara a la galería, y ellos tratan de venderse como una potencia militar fuerte, pero es difícil imaginar una Rusia mucho más ambiciosa y activa de lo que es ahora.
En la misma línea de pensamiento se sitúa Nicolás de Pedro, investigador principal del centro de estudios internacionales de Barcelona CIDOB. “Sigue teniendo un talón de Aquiles muy fuerte, que es la economía. Ellos dicen que la cosa se está estabilizando, pero hay riesgos serios en las arcas públicas”.
Otra de las dudas expresadas es si, efectivamente, Trump será aislacionista. También George W. Bush prometió un cierto repliegue de Estados Unidos y, años más tarde, tras los atentados del 11 de septiembre, se convertiría en el presidente más belicista en décadas, con las invasiones de Irak y Afganistán.
Trump ha pedido a los socios europeos de la OTAN que contribuyan mucho más a su propia defensa. Y este sí es un nicho que puede ocupar Moscú, sobre todo teniendo en cuenta que Alemania y Francia van a estar “fuera de juego”, porque 2017 es año electoral. Además, el eventual próximo presidente francés, según las encuestas, François Fillon, ha prometido también reestablecer las relaciones con Rusia.
Todo tan imprevisible como el propio Trump
“Rusia no es una super potencia, pero está logrando éxitos como si lo fuera”, razona para este diario Francisco de Borja Lasheras, director en Madrid del Consejo Europeo para Relaciones Exteriores (ECFR).
Así ha ocurrido, según el experto, en Oriente Próximo, donde la influencia rusa ha crecido considerablemente.
Otra de las promesas del presidente electo de Estados Unidos ha sido la de descongelar las relaciones con Rusia. Ha nombrado ministro de Exteriores (secretario de Estado) a Rex Tillerson, jefe del gigante petrolero Exxon Mobil y próximo al presidente ruso Vladímir Putin.
Además, uno de sus consejeros durante la campaña fue Paul Manafort. Según los servicios secretos estadounidense, fuentes de confianza aseguran que Manafort coordinó una campaña de ayuda rusa para que Donald Trump se convirtiera en presidente de Estados Unidos.
“Si efectivamente Estados Unidos se acerca a Rusia y al mismo tiempo Washington gira hacia el aislacionismo, Rusia ocupará el espacio geopolítico vacante”, explica Lasheras. “Pero, incluso aunque descongele las relaciones con Rusia, quizá el movimiento no funcione por los propios funcionamientos de la OTAN. Habrá un pulso geopolítico en Europa”.
“Es demasiado pronto para decir “adiós EEUU, hola Rusia”, sobre todo por el talón de Aquiles de su economía”, concluye De Pedro.