Las supuestas ofensas al islam o a su profeta suelen provocar reacciones violentas de ciertos sectores extremistas. En ocasiones, incluso acaban por derramar sangre, como ha quedado patente con la muerte del embajador estadounidense en Libia y protestas ante las sedes en Egipto y Túnez por película satírica titulada »La inocencia de los musulmanes», que ha ofendido al mundo musulmán. Y no es la única reacción. Afganistán ya ha bloqueado Youtube para evitar su difusión. Pero sólo es el último caso de la fricción entre Occidente y el islam, cuestión que en los últimos años se ha intensificado.
A finales de 2005, la polémica volvió al centro de los focos. El periódico con mayor tirada de Dinamarca »Jyllands-Posten» decidió romper el tabú de que la imagen del profeta islámico no puede reproducirse, aunque sea para alabarla. El medio danés publicó doce caricaturas satíricas, una de ellas donde sugería que el fundador de la religión musulmana escondía una bomba dentro de su turbante.
Las reacciones de los sectores más radicales no se hicieron esperar, mientras que algunos diarios de países musulmanes mostraron su apoyo al publicar las caricaturas. El conocido caricaturista danés Kurt Westergaard, uno de los dibujantes del rotativo, es objeto de amenazas de muerte e incluso su casa fue asaltada a principios de 2010 por un un hombre, armado con un cuchillo y un hacha, y con estrechos lazos Al Shabab y Al Qaeda.
Cuando el caso se enfriaba, un video danés con burlas al profeta provocó un nuevo episodio de enfrentamiento. «Aquellos que han permanecido en silencio frente a los insultos hilarantes contra el gran profeta del Islam deben saber que si la furia de los musulmanes se asemeja a un océano salvaje, entonces se saldrá definitivamente de control«, advertía tras su publicación el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad.
Los fanáticos defensores de la fe islámica han perseguido también a artistas, escritores, filósofos o profesores descendientes de familias musulmanas, que son declarados blasfemos y, con ello, apóstatas. El caso más sonado fue la fetua contra el escritor británico pero hijo de musulmanes Salman Rushdie, cuando el iraní Jomeini le condenó a muerte por »blasfemia» en 1989.
Su novela »Los versos satánicos» hacía referencia a una antigua polémica teológica respecto al origen de dos versículos del Corán, borrados de la versión actual por haber sido «inspirados por el demonio». Su publicación desató actos vandálicos, con la quema de ejemplares y ataques a librerías en Reino Unido. India, Sudáfrica, Pakistán, Arabia Saudi, Egipto, Somalia, Bangladesh, Sudán, Malasia, Indonesia y Catar, entre otros, prohibieron el libro.
Aunque existen ejemplos más graves, como el asesinato del director de cine holandés Theo van Gogh en 2004, conocido por su anticlericalismo y bisnieto del conocido pintor del mismo apellido. A pesar de que recibía constantes amenazas de muerte por sus vídeos satíricos, rechazó la protección policial. Poco después, un islamista radical lo atacó en plena calle, le disparó para derribarlo de su bicicleta, lo remató a quemarropa en el suelo con veinte tiros, lo apuñaló varias veces y finalmente lo degolló.
En su cadáver, clavada con un cuchillo en el pecho, el asesino dejó una carta de cinco páginas, firmada «en nombre de Alá», con amenazas a los gobiernos occidentales y a los no creyentes. El caso no se quedó ahí, pues la parlamentaria Ayaan Hirsi Alique recibió amenazas similares por haber colaborado con Van Gogh en la película »Submission», donde se mostraba a mujeres maltratadas con versos del Corán escritos sobre sus cuerpos.
Los islamistas consideran que se trata de ofensas a su creencia, pero ninguna de estas reacciones violentas se puede justificar a través de la ley islámica o sharía. Uno de los pocos delitos que se castigan con la muerte es la apostasía, es decir, abandonar el islam. Sin embargo, la sharia establece sólo puede ejecutarse a un apóstata o blasfemo tras un juicio público. En él, el acusado tiene oportunidad de retractarse, y de ser perdonado si lo hace. El asesinato no es en ningún caso aprobado por la fe islámica.
De hecho, las autoridades de Al Azhar, considerada la máxima escuela teológica del islam, declararon incorrecta la fetua contra Salman Rushdie. El problema se genera porque cualquiera que haya sido educado en su infancia bajo los preceptos islámicos es considerado musulmán, aunque nunca haya abrazado su fe. No obstante, la sharia es clara: los castigos por apostasía o blasfemia sólo pueden aplicarse a creyentes del islam, nunca contra otras creencias.