El mapa de los refugiados sirios identificados por la ONU lo forman más de 140.000 personas, que han escapado de las bombas, el terror y la conciencia de vivir en un país en guerra. Son las familias a las que ha puesto nombre ACNUR, la agencia de refugiados de Naciones Unidas. Pero se sabe que hay muchos más, hasta 267.000, que buscan cobijo en escuelas, que se ocultan en hogares o deambulan por las calles de los países vecinos.
Turquía, Jordania, Iraq y Líbano son los destinos de los miles de sirios que cogen un coche y emprenden la huida refugiados por la noche y con la suerte de encontrar grupos rebeldes en los puestos de control.
Maricela Daniel, Representante de ACNUR en España, visita constantemente los campamentos y las zonas donde vive, no se sabe por cuánto tiempo. “Vienen muy mal. Son gente que ha visto como la artillería pesada mataba a sus seres queridos, que salían a la calle y encontraban muertos en la calzada. Muchos se han desplazado varias veces”. Los refugiados, que han perdido todo y tienen que enfrentarse a condiciones de vida duras, por el calor de la intemperie o el hacinamiento, piensan que “llegará pronto la solución, en un futuro inmediato”. Pero es un espejismo.
50.000 desplazados en Turquía
Turquía acoge a 50.000 desplazados en ocho campos de refugiados: cinco en la provincia de Hatag, dos en Sanliurfa, uno en Gaziantep y otro en Kilis. Las autoridades de este país se están haciendo cargo de ellos, pero el flujo cada vez es mayor. “Se han puesto tiendas y ya hay servicio de agua. Pero cuesta todo mucho”, cuenta Maricela.
El campo de Zaatari, en Jordania, preparado para 120.000 refugiados
En Jordania se contabilizan 43.800 refugiados. El campamento de Zaatari, en la localidad de Mafraq, está preparado para 120.000 personas. Las tiendas blancas destacan entre la arena rojiza del terreno y el polvo. Allí llegan a diario cientos de sirios, más de la mitad mujeres y niños, mientras las ONG y ACNUR trabajan contrarreloj para montar los tanques de agua y los aseos. A veces, el tiempo no es suficiente.
Maricela habla del golpe psicológico que supone para los refugiados darse cuenta de que lo han perdido todo y de que ahora tiene que aprender a sobrevivir. “Están seguros, claro. Pero son personas que lo han perdido todo, que antes podían tener una vida holgada en su país”. Ahora, tienen que aprender a vivir en escuelas, hacinadas en las tiendas o en una habitación que les ofrecen familias de acogida. Se pueden dar casos de quince familias que conviven en uno de los pisos de una escuela donde hay tres baños; que los niños fabriquen juguetes con latas o jueguen con la arena del desierto; o que una madre y sus siete hijos vivan en una habitación de una casa humilde en el Valle de la Bekaa, en la frontera libanesa. En Líbano se refugian 36.000 sirios, muchos en familias que les acogen.
“Podemos sobrevivir. Pero esto no es la vida que teníamos antes del conflicto en Siria. Intentamos afrontarlo”, cuenta Um Karim a Unicef, esa madre que escapó con sus siete hijos, sin saber nada de su marido.
«Mi hijo gana 10 dólares al día para pagar el alquiler»
Ameera vive de alquiler en el mismo lugar. Como no le llegaba el dinero, tuvo que buscar un trabajo para su hijo, con el que gana 10 dólares al día. “Algunos parientes me han prestado muebles, pero es muy caro el alquiler. Y la casa es muy húmeda”.
Los libaneses consideran a los sirios como sus “allegados” y les abren las puertas de sus casas. “Es increíble lo que hacen familias humildes por darles hospedaje”, manifiesta Maricela.
Los refugiados proceden de Homs (63%), Deraa (15,6%), Hama (6,9%), Damasco (4,7%) y cada vez más de Alepo, donde se libra la gran batalla.
En Irak también las familias acogen a sirios y hay campamentos. La ONU calcula que unos 13.500 refugiados. La guerra civil en Siria ha causado un éxodo de iraquíes desplazado a este país; unos 20.000 se han marchado, según ACNUR.
307 escuelas en Siria para escapar de los tanques
También en Siria hay desplazados internos. Se calcula que hay unas 307 escuelas en las ciudades sirias, desde Alepo a Damasco, donde cada una puede acoger hasta 400 personas. “Nunca pensé que podíamos dormir en la escuela”, explica Amal, de 11 años, que relata que la primera noche tuvo que dormir con su familia en el patio, ya que no había sitio en las aulas.
ACNUR llama la atención porque la gran mayoría de los desplazados son niños y adolescentes, que tienen que soportar la angustia de haber vivido la violencia, y ahora se enfrenta a la miseria. “Estamos muy pendientes de ellos, sobre todo los niños más mayores que corren el riesgo de que los llamen para la batalla. Nuestro miedo es que quieran ir”, asevera Maricela.