Mucho menos conocido que el del Tíbet pero con ciertas similitudes y una voluntad inequívoca de unir fuerzas con él, el conflicto territorial de Xinjiang se ha convertido en uno de los principales problemas interiores de China, que juega contra los uigures una carta que no puede emplear contra los monjes tibetanos, su presunta ramificación terrorista. Desde los atentados del 11-S, Pekín ha empleado con habilidad su influencia diplomática para incluir el Movimiento Islámico del Turkestán Oriental (ETIM) en la lista de organizaciones terroristas del Departamento de Estado norteamericano, lo que logró en 2002 por sus supuestas vinculaciones con Al Qaeda, unos vínculos que, sin embargo, no están del todo claros.
La primera sublevación uigur con signos violentos tuvo lugar en abril de 1990 en Baren, una localidad próxima a Kashgar, y se cree que estuvo inspirada por el movimiento muyahidín afgano. La sublevación terminó con la muerte del líder uigur, Zahideen Yusuf, y del centenar de rebeldes que le siguieron tras un bombardeo sobre la zona montañosa donde se habían refugiado. Dos años después, en febrero de 1992, un atentado bomba en dos autobuses provocó la muerte de tres personas e hirió a otras 20, mientras que en 1997 se producía el atentado más grave de la región, con tres artefactos colocados en sendos autobuses que terminaron con nueve muertos y 70 heridos. “La sublevación de Yusuf fue muy minoritaria y poco representativa de los uigures, aunque lo cierto es que hay un problema de terrorismo, pero sin reivindicaciones claras. No creo que este camino sea el sentir o la lucha oficial del pueblo uigur, ni tampoco el discurso del Congreso Uigur, que siempre está a favor de los derechos humanos y rechaza la violencia”, explica el analista de Cidob, Nicolás de Pedro.
El activismo terrorista uigur pareció sofocarse hasta reaparecer en la semana previa a la inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín, cuando dos terroristas atacaron con granadas y armas de fuego un puesto fronterizo de la turística ciudad de Kashgar causando la muerte de 17 personas, un atentado inmediatamente atribuido a los separatistas de Xinjiang. Seis días después varias explosiones sacudieron la ciudad de Kuga – también en la región de Xinjiang – con un resultado de diez terroristas muertos – ocho por disparos y dos por suicidio – y un civil.
Antes de este rebrote del terrorismo, la presencia de 200 uigures combatiendo en Afganistán junto a los talibanes ya parecía dar la razón a Pekín, al igual que la presencia de soldados uigures en el conflicto de Chechenia. “En China se insiste mucho en los vínculos con Al Qaeda y es cierto que hay uigures que han cruzado la frontera con Pakistán o que han marchado a Afganistán pero no es una tendencia general de su activismo y además se trata de movimientos muy controlados por Pakistán dentro del contexto de sus relaciones diplomáticas con China, que son muy próximas”, asegura De Pedro. Los soldados encontrados en Afganistán y Chechenia serían – según su opinión – casos puntuales y no una tendencia, “aunque esto puede cambiar en los próximos años”.
En el conflicto uigur, los sucesos que han costado más vidas han sido los enfrentamientos directos entre uigures y policías o entre uigures y activistas violentos de la etnia Han. Así, el 5 de julio de 2009, al menos 156 personas murieron y más de un millar resultaron heridos en los enfrentamientos entre uigures y policías tras una manifestación por la muerte de dos uigures. Los hechos comenzaron en la ciudad de Shaoguan, en la provincia de Cantón, al sur del país, cuando empezó a correr el rumor de que dos trabajadores uigures de una fábrica de juguetes habían violado a una mujer china. Los trabajadores lincharon y apalearon a varios uigures y estos grabaron vídeos recibiendo palizas y los dieron a conocer en Xinjiang.
Al salir de la mezquita, quizás arengados por los líderes religiosos y muy exaltados, los uigures de Urumqui empezaron a atacar a todos los chinos que se encontraron por la calle. Dos días después, una turba de chinos de la etnia Han salía a las calles de la capital de Xinjiang para linchar a los uigures, armados con palos, cuchillos, picos, palas, tuberías y barras de hierro. El conflicto fue tan tenso que Hu Jintao, en una decisión sin precedentes, suspendió su participación en la cumbre del G-8 y regresó a Pekín para ocuparse de la crisis. Decenas de miles de soldados fueron enviados a Urumqui para blindar la ciudad y evitar los linchamientos, aunque el resultado final de aquellas jornadas fue de 156 muertos y centenares de heridos.
Las organizaciones uigures en el exilio aprovecharon el suceso para significar la represión china, mientras que grupos islamistas de Indonesia, irán y Turquía, proclamaron la guerra santa contra China en defensa de los ‘hermanos uigures’, a cuya causa hacían en realidad un flaco favor. La rama magrebí de Al Qaeda amenazó desde Argelia con atentar contra trabajadores chinos presentes en África, pero estas amenazas nunca se han materializado. “China no ha sufrido en su interior atentados terroristas organizados por bandas islamistas internacionales, como puede ser Al Qaeda. Para evitar esta posibilidad recurre a sus relaciones con Pakistán, su principal aliado en la lucha antiterrorista”, apunta De Pedro.
A pesar de la insistencia de China para etiquetar a los separatistas uigures como terroristas vinculados a Al Qaeda, lo cierto es que nunca se supo bien quien formaba el Movimiento Islamista del Turkestán Oriental – presente en la lista de terroristas del Departamento de Estado norteamericano desde 2002 – ni quién estaba detrás, además de que no acostumbra a reivindicar los atentados, rasgos que sí aparecen en otras organizaciones presuntamente similares. “Los atentados uigures no responden a una estructura terrorista, parecen más bien estallidos de rabia más o menos espontáneos y con escasa organización. Los mismos nombres de los terroristas apresados por las autoridades chinas, cuando salen difundidos en la prensa, no responden a líderes reconocidos por los uigures. Parece que nadie tiene muy claro quiénes son los terroristas”, explica Nicolás de Pedro.
Sus armas, cócteles molotov, cuchillos o coches incendiarios, tampoco sugieren conexiones con Al Qaeda, ni tampoco la escasa organización demostrada por los terroristas, su poca operatividad y su nula logística, incapaces incluso de transportar explosivos o armas cuando atentan lejos de Xinjiang. No obstante, cabe señalar que los enfrentamientos con la población Han y la violenta represión de las autoridades chinas han provocado una creciente islamización en la zona meridional de Xinjiang, donde de un tiempo a esta parte se ven más barbas y más hiyabs, pese a los intentos chinos por controlar los centros religiosos y las mezquitas y su voluntad de hablar de un conflicto territorial y político, pero no religioso. Estos factores hacen que de momento, el separatismo uigur parezca lejos de ser el movimiento al servicio del terrorismo yihadista del que China habla, pero es factible que con el tiempo y las represiones, sus sospechas y acusaciones acaben haciéndose realidad.