En la retina de todos están esas imágenes del búnker en el que se escondía Sadam Hussein. Sucio, demacrado y con barba de varios, el ex líder iraquí fue capturado un 13 de diciembre de hace diez años. Una década después de su captura, Irak debe acarrear todavía la pesada carga de la herencia del dictador ejecutado: conflictos, sanciones, burocracia, corrupción y represión.
A pesar de que el país, rico en petróleo, tiene un papel cada vez mayor en la economía mundial y la diplomacia regional, esa herencia bloquea su reconstrucción.
Ex miembros del Baas, el partido de Hussein hoy prohibido, siguen siendo excluidos de la función pública por su pasado y los estallidos de violencia se atribuyen a un conjunto de partidarios de Sadam y de insurgentes sunitas. Además, la corrupción y el nepotismo reinan en el país, que sigue sufriendo las consecuencias de los conflictos interiores y regionales nacidos durante la era Hussein.
Los suníes siguen siguen si aceptar que ya no están en el poder
Los expertos estiman que la minoría sunita, que dominaba bajo Sadam, todavía no ha aceptado totalmente la pérdida del poder en beneficio de la mayoría chiíta.
“¿Cuál será el nuevo contrato social?”, se pregunta Ayham Kamel, un especialista en Oriente Medio de la consultora Eurasia Group. “Muchos sunitas creen que se necesita un mayor reparto del poder y enviar señales claras de que el conflicto y ciertas tensiones que existieron entre sunitas y chiítas con Sadam Hussein han terminado”, explica.
Sadam Hussein fue capturado el 13 de diciembre de 2003, en las afueras de Dawr, donde las tropas estadounidenses lo encontraron escondido en un agujero cavado en el suelo. Cientos de miles de personas, principalmente chiítas y kurdos, murieron bajo su régimen, un episodio doloroso que está en el trasfondo de las tensiones actuales entre las autoridades federales y la región autónoma del Kurdistán.
Hussein también libró una guerra contra Irán y en 1990 desencadenó la invasión a Kuwait, que dio lugar a sanciones internacionales que pusieron de rodillas a la economía iraquí. El país sigue pagando todavía compensaciones a su vecino del Golfo.
Cuando Hussein fue capturado, los dirigentes estadounidenses e iraquíes hablaron de un vuelco en la guerra, porque creían que sería un duro golpe para la insurrección. Pero la violencia siguió empeorando, hasta culminar en 2006-2007.
Tras una calma relativa a partir de 2008, la violencia volvió a estallar este año, alimentada por un fuerte descontento de los sunitas, que se consideran marginados. Ciertos grupos violentos tienen entre sus filas a partidarios del régimen de Sadam Hussein.
Igual que bajo el régimen, la economía sigue ahogada por una burocracia de trámites interminables. La corrupción tampoco ha disminuido: Irak ocupa ahora el séptimo puesto de la clasificación de países más corruptos establecida por Transparencia Internacional.