Crían vacas, cerdos y cultivan maíz, como muchas mujeres de Burundi, en las que recae el peso de la economía familiar, pero las integrantes de la asociación Dukunde ibikorwa twitezimbere, en el municipio de Makebuko, han optado por hacerlo juntas para aprender unas de otras y estrechar sus lazos.
«Cultivo otras cosas y de otra manera, mi trabajo ha mejorado», asegura Colette Gakobwa, una de las 20 integrantes del grupo.
A sus 42 años, esta mujer, casada y con tres hijos, compatibiliza las tareas en el campo con la profesión de enfermera que ejerce en la localidad de Gitega, la antigua capital de Burundi, a menos de una hora en coche de los terrenos de la agrupación.
Una de sus compañeras, Ange Régine, de 38 años, también compatibiliza su trabajo habitual de tesorera del municipio de Makebuko con la asociación, una actividad extra que le llena por la posibilidad de trabajar con otras mujeres y en la que asegura que cuenta con el apoyo de su marido.
«Siempre le ha parecido bien», subraya.
Dukunde ibikorwa twitezimbere, que en español significa «Amemos el trabajo para desarrollarnos», se creó en 2004, cuando un grupo de diez viudas decidieron unirse para conseguir ayuda externa, ante la falta de medios económicos propios, para poder seguir desarrollando su faceta de agricultoras y ganaderas.
Diez años después, el número de socias se ha duplicado y, además, el perfil de las mismas ha cambiado, ya que la mayoría son mujeres casadas con edades comprendidas entre los 32 y los 75 años.
Cuentan con un terreno propio en la localidad rural de Gihogoro, que incluye un edificio para conservar productos agrícolas y lácteos y dos establos para la cría de vacas de lecheras, uno de los cuales ha sido financiado por la ONG Manos Unidas.
Además de este lugar, que ha podido visitar Efe en un viaje de medios de comunicación organizado por esa ONG española, las mujeres de la asociación son dueñas de una pocilga y una hectárea de tierras en la vecina población de Ntita.
Allí cultivan fundamentalmente maíz y siembran plataneros, uno de los árboles más presentes en la provincia montañosa de Makebuko, donde el verde intenso de la vegetación contrasta con el color rojizo de la tierra.
En Nyabisindu, otra localidad de la zona, poseen un terreno de cinco hectáreas cedido por los Carmelitas Descalzos, la orden que empezó a asesorarlas al poco tiempo de que formasen la asociación.
«Vamos poco a poco, con lo que las mujeres puedan gestionar», comenta el padre Antoine Marie Zacharie Igirukwayo, principal impulsor de la agrupación, con la que se trata de garantizar la autonomía de las mujeres y sus familias, ya que por el momento toda la producción se destina a la subsistencia.
Su madre, Régina Niyonzima, es a sus 75 años la mayor de todas las integrantes la asociación, que se organizan en tres grupos distintos para atender de forma rotativa durante un mes cada uno de los terrenos.
«El grupo me ha servido para salir de mi soledad y encontrarme con otras personas», comenta la anciana, al tiempo que a su alrededor varias compañeras no dudan en reconocer su trabajo. «Coge la azada y cultiva, como nosotras», dicen.
El país de Burundi, sin salida al mar pero bordeado en su extremo occidental por el lago Tanganica, basa su economía en la agricultura, un sector del que vive más del 90 % de la población, conforme datos de la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.
Los burundenses tienen cada vez más dificultades en cultivar una tierra que, a pesar de ser fértil, está muy explotada, debido en gran parte a la elevada densidad de población, con más de 300 habitantes por kilómetro cuadrado.
Asociaciones como Dukunde ibikorwa twitezimbere pretenden mejorar con pequeños gestos la productividad de los terrenos cultivables y el estado del ganado.
Para ello, cuentan con la ayuda de dos voluntarias italianas (una veterinaria y otra agrónoma) que asisten de forma regular a las áreas de trabajo para asistir a este grupo de mujeres, que han encontrado en el trabajo compartido un estímulo para aprender y estrechar lazos de comunidad.