El pequeño país nórdico de las palabras imposibles tomó un camino diferente para salir de la crisis. Lo está consiguiendo.
El mundo supo de su existencia cuando el volcán Eyjafjallajokull entró en erupción en 2010 y la nube de cenizas que expulsó distorsionó durante semanas el tráfico aéreo de media Europa. Poco antes, sin embargo, Islandia había sufrido una explosión mucho más peligrosa. Sus principales bancos, que en pocos años habían acumulado unos activos diez veces superiores al Producto Interior Bruto de la nación, quebraron irremisiblemente a causa de la crisis financiera internacional.
Las consecuencias del colapso fueron brutales para un país acostumbrado a la cultura nórdica de la riqueza bien distribuida y el bienestar social. Su moneda, la Corona islandesa, se hundió, el paro y la inflación se dispararon y la protesta ciudadana inundó las calles de la capital, Reikiavik.
Ocurrió algo similar, y casi al mismo tiempo, que en Grecia, Portugal e Irlanda. Pero a diferencia de ellos, las autoridades de Islandia optaron por NO rescatar a los bancos que habían creado la peligrosa burbuja. Les dejaron arruinarse y que fueran sus acreedores los que cargaran con unas deudas que el estado ni podía ni estaba dispuesto a afrontar. Al mismo tiempo, y también en contra de la ortodoxia que se ha impuesto en aquellos países, el gobierno aumentó su déficit público y mantuvo su generoso nivel de protección social aumentándola incluso para los grupos más vulnerables. Para equilibrar ese gasto hizo recortes presupuestarios donde había margen y aplicó nuevos impuestos a las transacciones financieras y a las grandes fortunas.
Esta fue su gran decisión y la que hoy día ensalzan los economistas más prestigiosos. El Nobel Paul Krugman no quiso perderse la experiencia y viajó a Islandia a finales del año pasado. Allí pudo comprobar que a pesar del deterioro económico y el descenso del nivel de vida sufrido por sus ciudadanos, se había frenado la tasa de desempleo y evitado el sufrimiento de las capas más desfavorecidas. En el país nórdico corroboró la opinión que ha manifestado en numerosos artículos, que la clave para salir de la recesión consiste en estimular la economía y mantener el poder adquisitivo de los trabajadores.
Un reportero de ‘The Washington Post’ comprobaba esta misma semana que el pánico económico desatado en 2008 está prácticamente superado. El verano pasado terminó de pagarse el préstamo que pidieron de urgencia al Fondo Monetario Internacional, la inflación se ha reducido y la economía creció en torno a un 3% en 2011. Resultado, los cafés y los restaurantes de Reikiavik vuelven a estar llenos. Es más, en la sociedad islandesa se ha abierto paso una serena y rica reflexión sobre si fue necesario dejar de lado una economía basada en la pesca para crear un centro de ricos financieros que, finalmente, llevaron el país a la ruina.
La otra cara de la moneda
Una vez conocido lo que hizo Islandia hay que preguntarse hasta que punto otros podrían haber hecho lo mismo. Para empezar, se trata de una nación de 318.000 habitantes con una economía minúscula incluso en comparación con países relativamente pequeños como Grecia, Portugal e Irlanda. Otro conocido economista, Josept Stiglitz, sostiene que el éxito de Islandia se basó en que fueron los acreedores y no los contribuyentes los que sufrieron las pérdidas de los bancos, pero ¿habría sido realista, por ejemplo, que Estados Unidos hubiera permitido la quiebra del gigante financiero Citigroup en 2008 poco después de la caída de Lehman Brothers?
Y hablando de monedas, mientras Islandia pudo permitirse una devaluación de la Corona de casi un 50%, las economías de Grecia, Portugal e Irlanda están vinculadas al euro y a la disciplina del Banco Central Europeo.
Aunque no soy experto en economía, soy capaz de apreciar las diferencias entre la solución a la crisis aplicada por Islandia y la que puede llevase a cabo en los países mencionados, pero a la vista de lo ocurrido en el país nórdico, y conociendo la opinión de tan prestigiosos economistas, a uno siempre le quedará la duda de si podría haber sido más positivo dejar quebrar algunos bancos en su momento. Tal vez ahora no estaríamos en puertas de una nueva recesión.