El coste de hacer frente al Estado Islámico se hizo evidente en las calles de una pequeña ciudad siria el pasado mes de agosto. Durante tres días, los combatientes yihadistas bombardearon, decapitaron, crucificaron y dispararon a cientos de miembros de la tribu Shaitat después de que se atrevieran a enfrentarse a los extremistas.
Para cuando cesó la violencia, 700 personas habían muerto, según activistas y supervivientes, lo cual convierte este hecho en la atrocidad más sangrienta cometida por el Estado Islámico en Siria desde que anunciara su existencia hace 18 meses, según informaciones del Washington Post.
La revuelta contra el Estado Islámico tuvo lugar en la ciudad de Abu Hamam, en la provincia siria de Deir al-Zour. La zona ha sido completamente abandonada después del suceso, que tuvo lugar a comienzos de agosto, y varios cuerpos de fallecidos fueron abandonados, dejados atrás en la huida.
El suceso, poco publicitado en medios internacionales, le sirve al Estado Islámico para imponer un mensaje de miedo ante aquellos que se atrevan a opoerse a su liderazgo. Algo que podría dificultar la lucha contra el grupo islamista, que ocupa grandes territorios de Siria e Irak. La violencia del grupo islamista se ha sucedido en los últimos meses, con crucifixiones de niños y los intentos por eliminar a las minorías étnicas cristianas y yazidíes en Irak y Siria. En el mes de agosto, asediaron a miles de yazidíes en el monte Sinjar, en Irak, de donde estos huyeron gracias a bombardeos de EEUU y la ofensiva kurda e iraquí.