La candidatura vencedora en las inminentes elecciones presidenciales afganas del próximo sábado deberá enfrentarse a la imperiosa necesidad de evitar una nueva guerra civil y de manejar un país en el que la democracia está lejos de haberse consolidado.
«El reto que plantean estos comicios tiene mucho que ver con lo que pasará entre la votación y la toma de poder del nuevo Gobierno, que será en unos cuantos meses«, dice el experto italiano Fabrizio Foschini miembro de la Red de Analistas de Afganistán. Foschini defiende que «la falta de legitimidad puede ser el principal contratiempo del Ejecutivo entrante si el proceso electoral no es transparente y creíble para el pueblo afgano», con el riesgo de que se acentúe la violencia en el país.
La votación dará paso seguramente a una segunda ronda electoral que, según el calendario de la Comisión Electoral afgana, no se celebrará hasta finales de mayo, lo cual deja un eventual relevo en la Presidencia para el verano o incluso más allá.
«La transición va a ser larga y tiene que ser suave para evitar al máximo más inestabilidad y violencia política de parte de los perdedores», razona el analista italiano, residente en Kabul desde hace años y buen conocedor de la política local.
Desde Washington, una analista del conocido instituto de estudios Brookings, Vanda Felbab-Brown, coincide con Foschini en un reciente artículo y afirma que la aceptación del resultado es tan importante para el futuro del país como las cuestiones relativas a la seguridad.
«Que las elecciones sean legítimas para el pueblo afgano o que se dispare una profunda crisis política e incluso una ronda de enfrentamientos será al menos tan crucial para el futuro como saber si se quedan tropas occidentales tras 2014», según Felbab-Brown.
La continuidad del sistema político instaurado tras la caída de los talibanes con el apoyo y la vasta financiación de la comunidad internacional no se ve solo amenazado por la insurgencia, sino por los males que arrastra desde su arranque hace más de una década.
«Unas elecciones exitosas pueden servir como plataforma para la renovación de un sistema político que es ampliamente percibido como ilegítimo por la incompetencia, la corrupción, el nepotismo y el abuso de poder ligados al Gobierno y sus socios», dice la analista.
Pocos observadores internacionales se traladarán al país
Las reservas que levanta la casi absoluta falta de observadores internacionales y las irregularidades denunciadas en medios locales e internacionales en la previa de las elecciones no augura mucha confianza por parte de la comunidad internacional en el proceso.
De la solidez y credibilidad del nuevo Ejecutivo dependerá su capacidad para afrontar el gran reto de Afganistán, la paz. «La gran debilidad del Gobierno Karzai a la hora de negociar ha sido que tenía una agenda enfocada a agradar a la comunidad internacional, pero el nuevo Ejecutivo puede tener más fuerza, hasta cierto punto es un nuevo comienzo», recalca Foschini.
El nuevo gobierno tienen que conversar con Karzai
«Los talibanes saben que Karzai no ha sido honesto en sus intentos de diálogo y un nuevo liderazgo puede cambiar la situación«, añade el analista local Syed Daud.
Para Daud, «los talibanes han cambiado respecto a los años 90 y saben que no van a tener los apoyos que tuvieron entonces para hacerse con el poder», por lo que estarán abiertos a dialogar incluso aunque se mantenga un contingente de EEUU en el país.
«La Administración afgana necesita el apoyo financiero internacional, incluido el de la OTAN, y eso es innegable hasta para los talibanes, así que hay margen para la negociación también en ese apartado», defiende este analista.
«El Gobierno y la comunidad internacional ya lo han probado todo durante más de una década para hacer funcionar el país y no ha resultado. A estas alturas todos los afganos sabemos que la paz no es solo una necesidad, es la única vía», sostiene Daud.