En los últimos tiempos la relación entre Estados Unidos y China ha acaparado una mayor atención en todos los niveles dado el espectacular crecimiento económico de esta última nación, un desarrollo que la ha auxiliado a ubicarse como un firme contendiente en la disputa por la hegemonía mundial. El liderazgo ha venido siendo sostenido en solitario por los estadounidenses desde la desintegración de la Unión Soviética y el fin de una Guerra Fría que todavía rememoramos con facilidad. Un duelo que durante medio siglo había enfrentado a dos sistemas completamente diferentes representados respectivamente por dos actores muy diversos: el capitalismo yanqui contra el comunismo soviético. Y es precisamente una curiosa mezcla de ambos modelos con un añadido matiz asiático el cual parece ahora dispuesto a pugnar por la supremacía en el orden internacional.
Del mismo modo, no estaría de más señalar cómo los jerarcas chinos tras la desaparición de Mao tomaron la osada decisión de iniciar una liberalización con el propósito declarado de estimular el progreso económico, siendo este el objetivo primero del régimen. Tal apertura no ha significado la evolución hacia un orden democrático de cuño occidental, optando consecuentemente por una vía propia y cuya marcha sigue estando conducida por un partido comunista atrincherado en el poder. Evidentemente una pirueta filosófica de esas características- tan comunes por otra parte- ha requerido que las elites políticas se justifiquen e inevitablemente legitimen ante la población con otros sustratos ideológicos. Aquí es cuando entra en escena un viejo conocido con una gran capacidad de convocatoria: el nacionalismo.
Entre la cooperación y la colisión
Los contactos entre la Administración Trump y el Gobierno de Pekín han continuado la senda marcada por sus antecesores, siendo ilustrativa al respecto la reciente reunión entre el actual Presidente de Estados Unidos y su homólogo oriental Xi Jinping. Esta cumbre se ha desarrollado cordialmente, esforzándose ambos participantes en proyectar una imagen de cooperación frente un trasfondo de cercanía con el anhelo de disipar cualquier temor ante una abierta colisión de intereses. A día de hoy las diferencias más grandes que separan ambos países son de índole económica y comercial, si bien otras circunstancias acaparan el protagonismo en los medios de comunicación, como pudiere ejemplificar el problema de Corea del Norte o las disputas territoriales en el Mar del Sur de China.
A pesar de todo, no hemos obviar el perenne influjo de la célebre trampa de Tucídides con la cual se explica la sustitución en la historia de un poder hegemónico por otro emergente. El recelo provocado dentro de Estados Unidos por el rutilante ascenso de China es ciertamente notable, siendo factible que pasado un tiempo resulte con cierta facilidad en una acendrada competición entre las dos naciones, manifestada externamente en una probable, pero no deseable, carrera armamentística. Anotamos desde esta perspectiva el evento del pasado 26 de abril cuya principal atracción consistió en la presentación del primer portaaviones totalmente construido en China. Un acontecimiento enmarcado en la política de modernización de este ejercito asiático pergeñada en los lustros precedentes al compás de la bonanza económica del país. Enfatizamos la relevancia capital que esta cuestión guarda para una nación oriental que ya vivió sus famosos cien años de humillación como consecuencia directa del imperialismo occidental. Desde este prisma posee cierta lógica el deseo de unas fuerzas armadas modernas, profesionales y eficaces con la misión de salvaguardar sus legítimos intereses.
No le sinteresa la confrontación
Como conclusión, me gustaría enviar un mensaje positivo en lo tocante a la futura evolución de la interacción entre ambos estados, mas sin trascordar la existencia de cierta incertidumbre generada por la interacción de dos sistemas e incluso culturas muy diferentes. Optimismo basado en la inconveniencia para estos protagonistas de un conflicto directo, unos actores que además aparecen en este momento como unos socios comerciales estrechamente ligados. Aunque es cierta la presencia de ciertos asuntos que tanto en el presente como en los próximos años se constituyen en un foco de tensiones, no cabe duda que una hábil labor diplomática con ciertas dosis de realpolitik debería ser capaz de atemperar cualquier eventualidad de carácter grave. Así, los derechos humanos bajo el régimen comunista, el caso del Tíbet o la situación de Taiwán, no necesariamente confluyen hacia una colisión frontal entre ambas naciones. Paralelamente, se dan un conjunto de fenómenos favorecidos por la globalización como son las mejoras en el transporte, los nuevos medios de comunicarse con otras gentes del mundo, el aumento del nivel de vida de los ciudadanos chinos y lo avanzado de la occidentalización del país que coadyuvan a una apertura de esta sociedad desenvuelta de forma autónoma.