En un vagón de tren, dos o tres niños juegan de forma intolerable ante la pasividad de su padre. Un pasajero empieza a incinerarse. Como en el chiste del gato. Y explota, claro. “¡Qué vergüenza! ¿No se da cuenta de que sus hijos nos molestan a todos? ¿Pero qué clase de padre es usted?”. Respuesta del padre, que va (que iba) completamente absorto: “Le pido mil disculpas, caballero. Ahora mismo hablo con los chicos. Venimos del entierro de mi mujer”.
Pues sí, querido Watson, a veces nos pasamos tres pueblos. De los niños jugando saltamos al “¿qué clase de padre es usted?”. Enmienda a la totalidad. “Henry actúa siempre para la galería”. “Margaret es muy lista y, lo peor, es que lo sabe”. “Robert da limosna para sentirse bien consigo mismo”. ¡Vaya! ¿Y yo qué sé si Robert da limosna para sentirse bien consigo mismo o quizá, tal vez, a lo mejor, sencillamente lo hace porque le da la Real Gana de ayudar a los demás?
A los juicios sumarísimos e injustos (un vistazo y te condeno), podemos oponer la varita mágica del “quizá”. Con más motivo si se trata de un ser querido. Quizá está a la que salta porque lleva una temporada de estrés acumulado. Quizá hace estas cosas porque no sabe que me molestan; tendremos que sentarnos a hablar con calma. Quizá hace estas otras porque, aunque ya hemos hablado con calma unas 47 veces, se ve que tenemos sensibilidades distintas… La varita mágica del “quizá” es la mirada comprensiva de quien se niega a ver en el banquillo, y sin derecho a réplica, a las personas a quien más queremos.