A veces los seres humanos nos dejamos llevar por nuestras emociones y juzgamos y etiquetamos sin reflexionar. Muchas veces no somos conscientes del alcance del daño que podemos hacer.
Los juicios y las etiquetas se suelen poner en la infancia, precisamente cuando el ser humano es más influenciable por el tipo de ondas electromagnéticas cerebrales que predominan en esa etapa en el cerebro. Por ello, los mensajes que recibimos de nuestros padres se graban en el subconsciente como con letras mayúsculas, y pueden permanecer ahí mucho tiempo, incluso para toda la vida, dependiendo del crecimiento personal que se haga.
Aunque es más eficaz y gratificante educar focalizándose en lo positivo antes que en lo negativo, muchas veces hemos de poner límites y la forma de hacerlo es sin emitir juicios, sin etiquetar. Lo importante es describir la conducta de la forma más objetiva posible, reflejar el comportamiento y, sobre todo, no utilizar el verbo “ser” ya que éste lleva implícito algo que está innato en la persona.
Los padres que digan a su primogénico “no haces nada bien”, están cometiendo un error. Esta frase puede grabarse y almacenarse en el subconsciente del niño como algo inamovible.
Es muy común etiquetar a los hijos. Uno es el guapo, el otro el inteligente, el otro el rebelde. O en el peor de los casos uno tiene todas las virtudes mientras que el otro todos los defectos. Todo esto hace que se instale un sentimiento negativo en las personas. Es difícil librarse de un juicio de este tipo aunque sea subjetivo.
Una persona puede llevar una vida plena y tener una gran formación, pero puede seguirse sintiendo “la tonta” en relación a su hermana, “la inteligente”. Los padres debemos ser conscientes de que cada hijo es diferente, de que hay muchos tipos de inteligencia, no sólo la cognitiva.
No tiene ningún sentido etiquetar porque se ha comprobado que el cerebro es neuroplástico. Los circuitos neuronales cambian y se crean de nuevos continuamente, según nuestros pensamientos y actos.
Podemos ser lo que lo que queramos ser. Al igual que entrenamos para aprender a tocar un instrumento musical o para ejercer un deporte, podemos entrenar nuestra mente. Primero elegir bien nuestros pensamientos, luego practicar hasta que se hagan un hábito, cuando se hacen hábito empiezan a formar parte de nuestro ser. Pensar, hacer y ser son las acciones que nos pueden llevar a la plenitud, a ser lo que queremos ser.
Además de causar una bajada de la autoestima, las etiquetas provocan que las personas sean fáciles de manipular ya que, para que se las acepte, pueden estar dispuestas a aguantar circunstancias que vayan en contra de su identidad y aumentar y reforzar más aún, en consecuencia, ese papel de culpabilidad.
Cuántas personas que no se han sentido aceptadas por su familia, han hecho cualquier cosa para pertenecer al clan, lo han dado todo y por no conseguir esa aceptación aún se sienten culpables. Las etiquetas que nos han adjudicado de niños nos impiden aceptarnos y nos rebajan, en definitiva, la autoestima.
Cuando un cliente entra en mi consulta para empezar a hacer un proceso de coaching, lo primero que les pido es que se dejen todas las etiquetas y roles fuera de mi despacho. Y aunque siempre escucho lo que les han diagnosticado anteriormente, lo ignoro a la hora de trabajar.
Como dice uno de los principios del Co-Active Coaching y he tenido la suerte de comprobarlo por mi misma, “todas las personas son completas, creativas y llenas de recursos”. Empiezo a crear valor desde el primer momento y a confiar en ellos. Me recreo en las fortalezas y en las virtudes y, sobre todo, llego al alma de las personas, que es sabia, inteligente y creativa.
Cada nuevo pensamiento crea nuevas interconexiones nerviosas. Es posible cambiar ya que la realidad la creamos día a día con nuestros pensamientos y acciones. La capacidad del ser humano de resiliencia es inmensurable y el poder mental que tenemos todavía está por demostrar. Entonces, ¿para qué etiquetar?
Seamos pues muy cuidadosos a la hora de juzgar ya que lo que nos molesta en los demás es muchas veces lo que de nosotros hay en ellos. Además cuando dejamos de juzgar, criticar y culpabilizar, nos sentimos libres, ligeros y preparados para recrearnos en los sentimientos positivos como la generosidad, el amor, la pasión o la creatividad.
Hemos de animar a los niños a que sean ellos mismos y ser conscientes de que cada uno tiene sus virtudes y su forma de ser. Hay que respetar la esencia, educarles en las emociones positivas y en la disciplina, fuerza de voluntad y creatividad, para que el día de mañana sean responsables, se sientan libre y creen su vida según sus fortalezas y valores.