Muchos blogs de familia ofrecen listas de consejos para enriquecer las relaciones amorosas: 15 claves para comunicarse bien; y otras 7 para aprender a escuchar; y todavía otras 10 más para que el amor dure siempre… En general, estas listas son bastantes útiles. Entre otras cosas, porque avivan el deseo de querer mejor. Pero también cabe el riesgo de abrumarse. ¿De verdad tengo que hacer todo esto para que el amor funcione?
Más que una lista de tareas, la delicadeza tiene que ver con un estilo; con una actitud del corazón. No hacemos cosas; somos delicados (o intentamos serlo). Y esta forma de ser va dando sus frutos concretos: se plasma en palabras de cariño; en gestos de ternura; en detalles de servicio…
En su libro L’amour des époux, Xavier Abad y Eugéne Fenoy describen así este estilo: “La delicadeza es un respeto profundo, casi una veneración manifestada en cada instante: es el interés, la cortesía sin servilismo; es una atención diligente a las relaciones mutuas; es una armonía de espíritu, es sensibilidad, confianza, sencillez; un espíritu de servicio sincero; un pudor y una modestia sin hipocresía… En resumen, la delicadeza en las relaciones supone la finura en las obras y en las palabras”.