Se podría pensar que, en un mundo ideal, lo guay sería que las maneras de querer de la gente fueran muy parecidas. Así nos ahorraríamos los “perdona, no era mi intención ofenderte”. Así conseguiríamos la sintonía perfecta. Que cada gesto nuestro fuera siempre bien interpretado por los demás. Que ninguna palabra de cariño cayera en saco roto.
Que las caricias fueran eso, ternura deliciosa, y no lija que araña…. Claro que para llegar a esa armonía tan redonda tendríamos que ser todos perfectos, con el riesgo de volvernos intercambiables unos por otros. Pereza.
Resulta mucho más humano el eslogan de la campaña olímpica Madrid 2020: “Necesitamos tu manera de querer”. Sí, sí. La tuya. Esa que te define y te hace especial. Porque otros son como son, con sus superpoderes y sus supertorpezas, pero solo tú sabes querer como eres.
Y uno, ya se sabe, es limitado. Pero como hemos roto la baraja del “aquí todos perfectos, peinaditos y en su sitio”, descubrimos que los demás nos quieren como somos. Y bajamos la guardia. Y nos movemos muy a gusto bajo la mirada enamorada de quien nos dice: “Eh, tú, me molas. Me gusta mucho tu manera imperfecta de querer”.