A la Bella le gustan los libros. Y los libros, antes de ser leídos, prometen novedades excitantes. Nos acercamos a ellos con buenas expectativas, y por eso decidimos leerlos. Porque lo recomienda un amigo; porque ya conocemos al autor; porque nos atrae el título, el argumento o la portada… Abrimos los libros con la esperanza de que nos hechicen.
La Bestia era un libro bastante feo por fuera. Y uno no empieza libros que, a primera vista, solo deparan horas de aburrimiento o quebraderos de cabeza. En esto, las ideas preconcebidas tienen mucho peso. Pero hay algo que inclina la balanza a favor de la Bestia. De pronto –la historia es conocida–, el argumento se vuelve interesante.
Pero la Bella también ha puesto de su parte. Ha mirado a la Bestia de forma diferente. Y el premio es un encuentro entre dos miradas cargadas de ilusión. Paradójicamente, cuando la Bella depone los prejuicios –la “sabiduría” de la experiencia– logra ver lo que no veía antes: gestos nuevos, palabras nuevas, intenciones nuevas… Se ha dejado sorprender por la Bestia.