La invasión de turistas europeos que se vivió en España en los sesenta tuvo efectos inmediatos en la conservadora población española de la época. Un país por lo general poco viajero y que venía de un cierto aislamiento se encontró de pronto con un modelo de ciudadano europeo que llegaba con otras costumbres, con otro poder adquisitivo, con otra apariencia y otras libertades. El contraste aún era mayor en cuanto que aquel turista no aterrizaba en Madrid, Bilbao o Barcelona, sino en pequeños pueblos de la Costa del Sol o la Costa Brava. “El turismo, sobre todo cuando es tan masivo, produce un fenómeno bastante negativo que es la aculturación. Esto supone una pérdida de la cultura local por la influencia de la cultura que llega de fuera. Esto se observa bien en ciudades como Marbella, que ha dejado de ser el típico pueblecito costero andaluz para convertirse en otra cosa”, explica el profesor de Introducción al Turismo en la Escuela Universitaria de Turismo de Murcia, Enrique Hernández Armand.
Este encuentro repentino entre españoles y europeos que se dio en los años sesenta supuso el descubrimiento, por parte de muchos españoles, de fenómenos sociales hasta entonces desconocidos como la liberalización de la mujer. La simple presencia de jóvenes solteros y emancipados o de parejas que no habían pasado por el altar ya era novedosa para una gran mayoría. “Los cambios fueron a todos los niveles, en los horarios de las comidas, en los hábitos, en el lenguaje. Se adoptaron muchos anglicismos como parking, apartahotel, charter…”, asegura Hernández Armand.
Aquellos primeros turistas venían en vuelos charter, que fue el equivalente a los ‘low cost’ actuales, aunque a mucho mayor precio, lo que da una idea de la pérdida adquisitiva de las clases medias. Nuestros principales clientes eran alemanes y después británicos. En menor medida llegaban franceses y nórdicos, pese a la trascendencia que alcanzó en el imaginario popular la llegada de las suecas, animada por el cine de la época. “La mitad de los turistas de aquellos años eran alemanes, británicos y franceses. Hoy siguen viniendo sobre todo británicos y alemanes pero se ha invertido la tendencia y los británicos están en primer lugar”, afirma el profesor Hernández Armand.
Fueran suecas, alemanas o francesas, lo que no es discutible es que las playas se llenaron de bikinis y las calles de minifaldas, lo que produjo no pocas tensiones sociales hasta que el fenómeno fue asimilado. Conocida fue la frase resignada e irónica de Fraga en la Semana Santa de 1965: “En España hay más bikinis que nazarenos”.
En líneas generales, el régimen aceptaba esta aculturación como un mal menor, compensado por la entrada de divisas. Para Fraga, el problema se resumía en esta frase del arzobispo de Granada: “Ustedes resuelvan primero la miseria de la gente y lo demás se nos dará por añadidura”. Además, entendía que el intercambio no sólo servía para que los españoles conocieran a los europeos, sino también para que ellos conociesen a los españoles, lo que enviaba un mensaje de normalidad a Europa desde un régimen a menudo cuestionado.
Las ideas aperturistas de Fraga no eran compartidas por todos. Desde los sectores inmovilistas se lanzaron campañas de moralidad que rechazaban el semidesnudismo de las playas – que por cierto, se llenaron de mirones –, los púlpitos atronaron condenas e incluso se barajó la propuesta de introducir en los hoteles la figura del capellán turístico como garante del requerido decoro, pero nada de esto llegó a prosperar. El sector crecía tan rápido que era mejor no tocar nada y como advierte Manuel Penella en su biografía sobre Fraga, “lo importante era que los turistas se sintieran a gusto y no era plan de empezar a pedir en los hoteles el libro de familia”.
Aquel intercambio fue muy beneficioso para España. Las divisas nos permitieron adquirir bienes de equipo indispensables para sostener el crecimiento y los turistas actuaron como vehículos de difusión cultural, acabando con la introversión que nos había aislado de Europa y abriendo nuestros gustos a sus modas. “El turismo nos permitió reponernos de la guerra. No fue lo único, ya que España se industrializó y la agricultura también mejoró, pero fue un factor importantísimo. Hoy en día el Turismo es más del 10% de nuestro PIB y a veces da la impresión de que los políticos sólo se acuerdan de él cuando hay crisis, pero imagine lo que pasaría si algún día dejan de venir extranjeros. Sería una hecatombe”, advierte el profesor Hernández Armand.