El 23-F cumple ya su 33 aniversario, pero el misterio que envuelve aquel presunto golpe involucionista sigue tan vivo como siempre. Más aún si tenemos en cuenta que, con la reciente muerte del general Armada, cada vez quedan menos protagonistas que nos puedan contar qué es lo que pasó aquella jornada, aunque lo cierto es que la mayoría ha optado por callar desde hace años. Así lo había hecho el general Armada, silente desde que publicara aquel libro de memorias, ‘Al servicio de la corona’, donde dejó una misteriosa frase para el recuerdo. “Yo siempre cumplí órdenes, todas las órdenes”. Tampoco Tejero ha abierto la boca desde entonces, aunque la luz que él puede aportar es escasa, a tenor de aquella frase rotunda que pronunció durante el juicio. “A mí lo que me gustaría es que alguien me explicara de una vez qué es lo que pasó el 23-F”. Muerto Milan del Bosch, muerto también Sabino Fernández Campo – que nos dejó otra frase para el recuerdo, “ni está ni se le espera” – las luces sobre el más reciente golpe de estado de una nación con una rica tradición golpista como es España, se van apagando del todo. Lo que sabemos ya lo sabíamos y lo que no se sabía sigue sin saberse. En cualquier caso, estas son algunas claves para entender las luces y las sombras del 23-F.
España, a la deriva. En 1981, España hacía frente a una profunda crisis económica que los Pactos de la Moncloa sólo pudieron atenuar en parte. La inflación rondaba el 15% y el paro ascendía al 13,5%, afectando a 1,7 millones de españoles, una tasa que puede parecernos asumible pero que doblaba el 6% del régimen anterior, con el que la recién estrenada democracia no dejaba de compararse. Donde peor se llevaba esta comparación era en el tema de la paz social. Tras la Ley de Amnistía las bandas terroristas ETA y GRAPO, se reorganizaron para preparar sus años más sangrientos. Para colmo, en aquellos años abundaban también las bandas de extrema derecha, como la Triple A o el Batallón Vasco Español, que hacían de la calle un lugar común de agitación social. Entre el 20 de noviembre de 1975 y el 23 de febrero de 1981 hubo 386 muertos por atentados terroristas, encontrando entre las víctimas a generales y jueces, policías, militares, guardias civiles y ciudadanos comunes. El estado autonómico, con la consigna final del café para todos parecía haber roto la unidad de España y en los cuarteles ya empezaba a escucharse el ruido de sables.
El sábado santo rojo. Diez días antes de la entrada en vigor de la Ley de la Reforma Política, el 8 de septiembre de 1976, Suárez convocó en su despacho a la plana mayor del Ejército para explicarles en qué iba a consistir la transición. Suárez dio a entender que el régimen que llegaba era un sistema de partidos como en Europa, pero sin separatismos ni revanchas y que el espectro político se movería entre la derecha y la socialdemocracia, donde entraría el PSOE, pero no los comunistas. Apenas siete meses después, el 9 de abril de 1977, la cúpula militar supo por las noticias que el Gobierno había legalizado el Partido Comunista.
Suárez se ganará entonces la animadversión de buena parte del Ejército, aunque lo cierto es que fue el propio monarca quien inició los contactos con Santiago Carrillo a través de emisarios enviados a Rumanía para entrevistarse con su amigo, el dictador Ceaucescu. El monarca quería supeditar la legalización de los comunistas a su aceptación, pública y notoria, de tres elementos: patria, bandera y unidad de España. Pese al descontento castrense, la legalización de los comunistas era poco menos que inevitable pero con aquel tanteo el rey se aseguraba la lealtad de uno de los peores peligros potenciales que tenía la corona. La matanza de Atocha terminaría por acelerar el proceso de legalización, dejando sin coartada a los partidarios de mantener fuera de la política a los comunistas. La extrema derecha quedaría retratada y los laboralistas de Atocha se convertirían sin pretenderlo en mártires de la causa comunista.
Milans y Armada, los golpistas monárquicos. Alfonso Armada y Jaime Milans del Bosch eran dos de los militares más monárquicos del Ejército español, ambos por tradición familiar y convicción. A Armada le vino casi de nacimiento, al ser su madrina de bautismo la reina Cristina, madre del Rey Alfonso XIII. En 1955 entra a formar parte de la Casa del Príncipe como ayudante del general Martínez Campos, máximo responsable de la educación del futuro Rey. Armada pasa de preceptor a secretario en 1965 y permanece junto al monarca hasta 1977.
Jaime Milans del Bosch era el prototipo de militar de acción, enérgico y carismático. Como Armada, combatió en la División Azul, a las órdenes del ejército nazi y tuvo una actuación de peso en la guerra española. Siendo sólo un joven cadete se encerró de forma voluntaria en el Alcázar de Toledo, logrando romper el cerco del asedio en un automóvil y entrando a formar parte de su heroica resistencia. Según aseguró siempre Milans del Bosch, su implicación en el golpe partía de la convicción de que actuaba al servicio del Rey. Sin esta convicción no es explicable que un militar orgulloso como era Milans aceptase instrucciones de otro de menor graduación y así lo declararía en el Juicio. “No puedo aceptar nunca órdenes de un inferior mío, e incluso cuando es de mi propia graduación me resisto a ello. Si atendí al general Armada fue porque siempre pensé que vendría de parte de la superioridad”.
Operación De Gaulle. Durante la segunda etapa de su Gobierno, a Suárez se le acumularon los problemas y su gestión se caracterizó por un cierto ensimismamiento que se acentuaba a medida que iba perdiendo apoyos. En distintos círculos de poder político y económico se empezó a especular con la idea de crear un Gobierno de concentración con participación de varios o todos los partidos y un financiero o un militar de prestigio al frente. Sin embargo fue en la cocina de los servicios de inteligencia donde se gestó el plan que finalmente se pondría en práctica, la llamada ‘solución Armada’, a imagen y semejanza de la operación que llevó al poder al general De Gaulle en Francia. En 1958, en una situación de máxima debilidad agravada por el conflicto argelino y ante el riesgo de una sublevación por parte del Ejército, el presidente Rene Coty, tuvo que llamar al mítico general De Gaulle para que asumiera plenos poderes tras una reforma constitucional que contaba con el consenso de los políticos.
En España, este plan pasaba por un Gobierno de unidad nacional participado por políticos de todo el abanico ideológico con un militar de prestigio al frente. Su finalidad era frenar la deriva autonómica, erradicar el terrorismo, reformar la Constitución, dar estabilidad a la Corona, extender la paz social y consolidar la democracia, tras lo cual se disolverían las Cortes y se convocarían elecciones generales. Quienes adoptan la operación De Gaulle y la convierten en ‘solución Armada’ son, según Jesús Palacios, Javier Calderón – secretario general del CESID – y el comandante José Luis Cortina, que ven en el general todas las cualidades que buscan: cercanía al Rey, carrera militar exitosa y simpatías políticas, sobre todo entre AP y UCD.
Todos estamos conspirando. El informe ‘Panorámica de las operaciones en marcha’, que el CESID redacta y distribuye a principios de noviembre entre todos los altos cargos del Estado, contabiliza hasta cuatro operaciones entre las llamadas civiles. Vienen desde todos los núcleos de oposición, democristiana, socialista, una de ideología mixta y otra liberal. Además de las civiles y las militares, el informe pone el acento sobre una operación cívico-militar en la que podría encajar la ‘Solución Armada’ y cuya puesta en marcha sería en la primavera de 1981.
El 8 de febrero, el general Fernando De Santiago y Díaz de Mendívil publica en El Alcázar un artículo en el que insta a los españoles y en especial a los militares a entrar en acción para salvar a la patria de ETA, los nacionalismos y la debilidad de la clase política. El 31 de enero, Emilio Romero desvelaba en ABC el nombre de Alfonso Armada por primera vez, mientras que Alfonso Izquierdo juega al despiste en El Alcázar diciendo que hay más nombres posibles.
La periodista Pilar Urbano publicaba en las fechas previas al golpe un artículo titulado ‘Todos estamos conspirando’ donde apuntaba a la coalición UCD-PSOE y ponía en boca de Alfonso Osorio lo siguiente: “Aquí hace ya tiempo que hablamos en reuniones, en cenáculos, en despachos, en los pasillos del Parlamento y en los periódicos de un Gobierno de concentración, de un golpe a la turca, de un Gobierno de gestión…”.
Fernando Latorre abría el Heraldo Español con la foto de un caballo blanco sin jinete y la consigna “Se busca general”, haciendo en el interior un repaso a los posibles candidatos, mientras que El Alcázar, el mismo 23 febrero, abrió con una foto del Congreso vacío y una flecha que apuntaba a la frase “antes de que suenen las 18,30 horas del próximo lunes”.
El CESID mueve los hilos. El juez instructor José María García Escudero dirá que con la imputación de José Luis Cortina y Vicente Gómez Iglesias “entró en la causa una nebulosa de contornos y contenidos inciertos, como era la participación de hombres del CESID en la operación”. El juez escribirá en su libro de memorias ‘Mis siete vidas’: “En la más halagüeña de las hipótesis, la actitud del CESID en la prevención del 23-F fue cualquier cosa menos brillante pero hay motivos para pensar que al menos alguno de sus miembros ha hecho algo más grave que no enterarse”. De Cortina decía Ricardo Pardo Zancada que daba la mano de forma fría y viscosa, que no daba un apretón sincero y cordial. Su capacidad e inteligencia, sin embargo, estaban fuera de toda duda. Su declaración ante García Escudero fue densa, prolija y deliberadamente confusa, logrando exasperar al juez instructor sin delatarse lo más mínimo.
El periodista e historiador Jesús Palacios afirma que sin la actuación de Cortina y la connivencia del secretario general del centro, Javier Calderón, la trama del 23-F no sería posible. Según Palacios su presencia fue omnisciente durante todo el proceso. Urdió la trama, manejó a sus protagonistas, sondeó a los políticos, sometió a la prensa, manipuló a la opinión pública, logró la neutralidad de la CIA y el apoyo del Vaticano… Nada escapó a la previsión del comandante, que sin embargo confió en exceso en el efecto dominó que el golpe y el pronunciamiento de Milans del Bosch tendrían sobre el resto de las Capitanías Generales. La absolución de Cortina, ratificada por el Supremo es sin duda uno de los mayores misterios que encierra el 23-F.
El rey, en la sombra. El general Armada afirma en sus conversaciones con Cuenca Toribio que el monarca sabía tanto del golpe como él mismo, ya que todas sus averiguaciones se las transmitía en sus habituales audiencias. Podemos afirmar entonces que el Rey conocía el peligro de un golpe de Estado, pues recibía información puntual de Armada y del propio CESID. Según recogen Isabel Durán y José Díaz Herrera en su libro ‘Los secretos del poder’, José Luis Cortina estuvo hasta once veces en la Zarzuela en el mes de febrero. Su Majestad visitó incluso el chalé París, cuartel general de la AOME, la unidad operativa del CESID, donde recibió información de primera mano del comandante. Sin embargo, las conversaciones entre el Rey y Cortina son del todo desconocidas. El comandante fue compañero de promoción del monarca en la Academia de Zaragoza y dada la afluencia de sus encuentros en fechas tan señaladas no es descabellado pensar que estaba mejor informado de lo que se supone.
Ricardo Pardo Zancada cuenta en su libroi ‘La pieza que falta’ una conversación telefónica entre Jaime Milans del Bosch y el general Armada, en la víspera del golpe. Los dos generales se llaman para saber si todo está preparado y darse ánimos. Al final, Milans del Bosch le pregunta si ha hablado con el “número uno”, a lo que Armada responde: “El Rey es muy voluble, así que estaré con él en la Zarzuela”. Sobre el famoso mensaje por televisión, algunos autores aseguran que su tardanza se debe a que aguardaba una respuesta del general Armada, que se encontraba en el Congreso tratando de convencer a Tejero. El general sale del Parlamento y llega al cuartel general que Policía y Guardia Civil tenían en el Hotel Palace a las 1,14 horas de la madrugada. El mensaje del Rey se emite apenas dos minutos más tarde.
Ni está ni se le espera, el fracaso del golpe. Dentro del plan golpista había un factor fundamental que debía escenificarse con sumo cuidado: el apoyo del Rey. Este apoyo, que no tenía por qué ser explícito, se representaba a través de una jugada aparentemente sencilla, Armada estaría en la Zarzuela junto al monarca dando las órdenes precisas. Pero el general Armada no estuvo junto al Rey en la Zarzuela, porque el secretario de la Casa Real, Sabino Fernández Campo, lo impidió. Al Rey, cuando conoce la noticia del golpe, le aconsejan que llame a Armada para que este les ponga al corriente, pero Sabino tiene la intuición de que no es buena idea la asociación del general y el monarca en aquel momento.
La primera actuación de Fernández Campo, después de hablar con Tejero en el Congreso, es contactar con la División Acorazada Brunete, donde se encuentran desde primera hora de la tarde el general Juste y el coronel San Martín, junto al general Torres Rojas, el comandante Pardo Zancada y los demás mandos de la división. La conversación que tendrá lugar entre Sabino Fernández del Campo y José Juste Fernández será fundamental para la desmembración del golpe, pues refuerza la intuición de Sabino de que Armada no es de fiar y por tanto no debe estar en Zarzuela. La conversación culmina con un diálogo que quizás nunca se pronunció en tales términos, pero que el titular de un teletipo de la agencia EFE convirtió en mítico: “¿Está el general Armada con vosotros?”, pregunto Juste. “No, no está aquí”. “¿Pero le estáis esperando?” “Ni está ni se le espera”, sentenció Fernández Campo. “Eso lo cambia todo”.
Tejero y Armada, dos idiomas diferentes. Armada entra en el Congreso con la contraseña ‘Duque de Ahumada’, previamente convenida con Tejero. Una vez frente a frente, el general le pide que despeje de guardias el hemiciclo, pues pretende dirigirse a los diputados. Tejero, por curiosidad, le pregunta por la cartera que llevará Milans del Bosch, a lo que Armada responde que para el teniente general tenía prevista la presidencia de la Junta de Estado Mayor. Tejero, que pensaba que el plan que traía Armada era instaurar una Junta Militar, se sorprende y pide discutir el asunto. Armada le explica que la única solución factible es la constitución de un Gobierno de concentración con él al frente, participado por diferentes partidos. Al ver en la lista a dos comunistas – Tamames y Jordi Solé Tura en Trabajo – y dos socialistas – Felipe González y Enrique Múgica – monta en cólera. “Armada trae un gobierno de socialistas y comunistas y para nosotros un avión y dinero. Para eso no he dado yo la campanada, mi general”, le diría Tejero a Milans del Bosch en conversación telefónica desde el Congreso.
Armada ve que se le escapa el último tren y apela a su jerarquía militar pero no hay manera; si algo caracteriza a Tejero es su terquedad. “Yo soy un hombre muy tenaz. Creo que si un hombre se propone atravesar un muro con la cabeza, a base de cabezazos se atraviesa”, reflexionaría el teniente coronel durante el juicio. Armada desiste y sale del Congreso a las 1,14 horas de la madrugada, justo dos minutos antes de que el Rey se dirija a los españoles.
La sentencia. El resultado de la trama considerada probada por el Tribunal Militar fue de sendas condenas de treinta años para José Antonio Tejero Molina y Jaime Milans del Bosch y Ussía por sublevación militar en armas. El general Alfonso Armada fue condenado a seis años por conspiración para la rebelión, junto a Luis Torres Rojas, Ignacio San Martín y Pedro Mas, todos ellos con penas de tres a seis años. Posteriormente el Supremo restará ambigüedad a la actitud de Armada situándole como jefe de la rebelión militar, lo que aumentó la condena de seis a treinta años. Hay dos conductas del general que resultan claves para el Tribunal: su intención de ir a la Zarzuela a dar desde allí las órdenes pertinentes y su intento posterior de ir a las Cortes a proponer un Gobierno presidido por él mismo en sustitución del legítimo. Armada es declarado colaborador de los fines de la rebelión en la fase ejecutiva.
La sentencia del Tribunal Militar se produjo el 3 de junio de 1982, tras un Juicio oral de 47 sesiones y más de tres meses de duración. El recurso ante el Supremo elevaría las penas en su conjunto, de 112 años a 197, siendo lo más destacable la condena de Armada y la de los ocho tenientes de la Guardia Civil que asaltaron el Congreso, absueltos por el Tribunal Militar por interpretar que siguieron la cadena de mando. El caso se cerró sin dejar dudas sobre los hechos probados, pero sigue habiendo conductas difíciles de comprender que ponen en tela de juicio lo que hoy se conocería como la autoría intelectual del golpe.