Mi valoración del reinado de Don Juan Carlos es muy negativa. Sin el concurso del Rey hubiera sido imposible que España se desmembrara en la conciencia de los españoles. Su estrategia de «hablando se entiende la gente», refiriéndose a los secesionistas de ERC, nos ha llevado a esto. Si no existiera la monarquía, los nacionalistas catalanes y vascos no hubieran podido llevar a cabo su estrategia de respetar la Corona al tiempo que tratan se separarse de la nación española. Es una estrategia similar a la de Canadá o Australia, que se separaron de Gran Bretaña pero siguen formando parte de la Commonwealth.
El presidente de una República -Siempre que sea una República Constitucional con separación de poderes, al estilo de EE.UU.- tiene tal poder y legitimidad que nunca tiene porqué plegarse a los desmanes del Legislativo. Y, además, es Jefe del Ejército, por lo que puede cortar cualquier conato de revuelta.
Luego tenemos la corrupción personal del propio Rey, que ha ejercido un poderoso efecto imitativo a nivel social, propiciando así la corrupción de partidos políticos y personalidades públicas. Recordemos que llegó a España sin un duro y que, según el New York Times, ahora tiene una fortuna personal de 1.800 millones de euros. La corrupción del mismo Urdangarín no hubiera sido posible sin que el propio Rey no lo hubiera sabido y encubierto.
Además, la traición del Rey a su padre sirvió de ejemplo para que en la Transición todos los partidos políticos traicionasen a su propia ideología: Santiago Carrillo traicionó al comunismo, Felipe González, que meses antes estaba pidiendo la depuración de las Fuerzas Armadas, traicionó al marxismo y Adolfo Suárez traicionó al falangismo. La traición del Rey sirvió de ejemplo para que España se convierta en de esas naciones de traidores en las que, tal y como escribió Marcel Proust, la traición ha pasado a considerarse un mérito para ascender en la escala social.
– Antonio García-Trevijano Forte es letrado y editor del diario República Constitucional.