Dos personas distintas. Eso es lo que parecen el Mariano Rajoy que en 2005 despachó desde la oposición con dureza el plan soberanista de Juan José Ibarretxe y el que hoy ha ofrecido diálogo al Parlamento catalán, abriendo incluso la puerta de la reforma constitucional, para salvar sus diferencias.
El presidente del Gobierno ha insistido en que no puede permitir que en Catalunya se convoque un referéndum al margen del Estado y tampoco que dicha consulta trate sobre reivindicaciones que no caben en la Constitución pero ha instado al presidente de la Generalitat, Artur Mas, a plantear sus reivindicaciones conforme a la ley, esto es, proponiendo cambiar lo que hoy le impide llevar a cabo sus propósitos. Y la norma que le frena es la Carta Magna, de cuyo contenido ha dicho Rajoy que cabe hablar.
Cuando hace nueve años el entonces lehendakari llevó al Congreso la reforma estatutaria que pretendía emprender, el líder del PP se enfrentó a él sin contemplaciones, espetándole que lo que presentaba era una reforma encubierta de la Constitución, una declaración de independencia en la práctica que desmantelaba “toda la arquitectura del Estado español”.
“¿Qué pretenden, proclamar su independencia con nuestras bendiciones?”, proclamó Rajoy desde la misma tribuna desde donde hoy ha aplaudido el “acierto” del Parlament de llevar “a la sede de la soberanía popular” el intento de convocar una consulta secesionista en Catalunya. “Debatir en esta Cámara es una muestra del papel primordial que en democracia tiene el Congreso de los Diputados”, ha indicado en su alocución.
Sí ha habido coincidencia en señalar que tanto Ibarretxe como Mas se sitúan al margen de la ley, aunque entre las formas empleadas con uno y con otro media un abismo. “Lo único que nos importa de este proyecto es que abandona el marco legal”, “lo que está en cuestión es si en España se aplica la ley y no hay nada más que hablar”, “solo se puede calificar de desfachatez”, “nos traen el certificado de defunción de nuestras normas de convivencia y pretenden que pactemos el tipo de entierro”, “su proyecto establece un régimen de castas”, “vienen a decir que mil víctimas de ETA estaban equivocadas”… las frases grandilocuentes, firmes e inflexibles ante cualquier concesión al diálogo con Ibarretxe en torno a su plan llenaron las 12 páginas del discurso del jefe de la oposición.
Hoy, convertido en presidente del Gobierno, ha tendido la mano a Mas, pese a sostener que está actuando fuera de la ley, como el exlehendakari, a sabiendas de que lo hace y tratando de romper igualmente las normas de convivencia establecidas por los españoles en los albores de la democracia. “El Estado puede autorizar o no un referéndum, lo que no puede hacer es delegar en otros para que lo autoricen”, ha llegado a decir, insinuando que hasta el permiso para celebrar la consulta podría negociarse. Sin embargo, Rajoy ha matizado que “tampoco está permitido autorizar un referéndum cuyo propósito sea radicalmente contrario a la Constitución”. El objeto del mismo y la fecha es lo único que CiU ha señalado como susceptible de abordar en conversaciones, siendo irrenunciable la convocatoria del mismo. Se percibe, por lo tanto, margen para el diálogo.
El presidente se ha esforzado por hacerse comprender –“esto es lo que deseo que entiendan, aunque no lo compartan”- respecto al hecho de que la Constitución le impide delegar ciertas competencias, una de ellas la de la facultad para convocar referéndums. “Esta es la realidad salvo que se cambie la Constitución y para cambiar la Constitución hay reglas que no se pueden saltar”, ha indicado contemplando así la posibilidad de reformar la Carta Magna, único modo de que los planes de Mas pudieran tener cobertura legal.
El jefe del Ejecutivo ha dedicado también buena parte de su discurso a lanzar guiños a la sociedad catalana, llegando incluso a soltar una frase en ese idioma, afirmando que ama esa región ”como algo propio”, “su lengua, su cultura, el espíritu emprendedor e innovador de los catalanes, su amor al trabajo”. Nada de eso hubo en 2005 con el País Vasco, si bien también entonces reconoció el “derecho a iniciar el proceso de reforma constitucional” del parlamento regional, emplazando a Ibarretxe a hacerlo, aunque de manera irónica, dejando a las claras lo imposible de sus pretensiones –“aborden primero esa tarea y, si tienen éxito, podrán soñar con su Estado Libre Asociado”-, no como ahora, que lo que ha hecho ha sido ofrecer una salida a Mas.
Cambio radical de postura, sobre todo en las formas, que es coherente con la evolución sufrida por Rajoy, que hoy se parece bastante poco al político sobre el que cayó el dedo de Aznar para designar a su sucesor en el año 2003.