Cuando fue asesinado, Fernando Múgica estaba prácticamente retirado de la política, como había anunciado, en 1993 en una fiesta celebrada con motivo de la elección del primer alcalde socialista en la historia de San Sebastián: «Se han cumplido todas mis pasiones políticas. Que acabara el franquismo y hubiera libertades, que gobernara el PSOE ,que España reconociera al Estado de Israel y que haya alcalde socialista en San Sebastián».
Se da la paradoja de que Múgica era el abogado de los empresarios Olarte y Santamaría, ambos asesinados con anterioridad por Valentín Lasarte. El 6 de febrero de 1996, en plena campaña electoral para las generales, se dirigía a un aparcamiento cuando fue asaltado por dos terroristas, que le pegaron un tiro en la nuca. Txapote fue el que disparó, mientras Lasarte encañonaba al hijo de la víctima, que se encaró con los asesinos. Los dos etarras se montaron en el coche que les esperaba y se dieron a la fuga. Múgica tenía 62 años, estaba casado y tenía 3 hijos y un nieto. Su delito: ser un político audaz, valiente y luchador contra el extremismo y la dictadura. Su hijo lo dejó claro en un homenaje celebrado en febrero de este año: «en esta tierra vasca hubo un proyecto totalitario» de manera que «el crimen, la persecución, el acoso, la amenaza, el asesinato» estuvieron al servicio del mismo.
«Era un proyecto totalitario criminal el mismo que buscaba la destrucción de las libertades y la sumisión de la sociedad vasca», ha denunciado, al tiempo que ha destacado que «no se trata de buscar relatos extravagantes o que nos introduzcan en tinieblas de confusión a los ciudadanos». Que nadie lo olvide.