El 1 de julio de 1997 la Guardia Civil liberó al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, que llevaba secuestrado por ETA desde el 17 de junio de 1996, y estuvo durante 532 días en un minúsculo e insalubre zulo oculto en una nave industrial de Mondragón (Guipúzcoa).
Fue el cautiverio más prolongado y cruel de la historia de ETA.Fueron 532 días en un zulo húmedo y tétrico, de 2,4 metros de largo por 1,7 de ancho, con el ruido de una máquina industrial como reloj -así tenía noción del tiempo -con la luz tenue de una bombilla durante siete u ocho horas al día, y con el zumbido del ventilador que proporcionaba aire al habitáculo.
Su calvario acabó el 1 de julio de 1997, cuando los investigadores detuvieron a sus cuatro captores después de ocho meses tirando del hilo de la única pista que tenía. Una nota con «BOL 5». Las siglas correspondían a un etarra, a Iosu Uribetxebarria Bolinaga, muerto este viernes a causa del cáncer.
Un año de pesquisas
La pista que permitió encontrar a Ortega Lara arrancó un año antes de su liberación, cuando la Policía francesa detuvo al entonces jefe del aparato logístico de ETA, Julian Atxurra Egurola, que había sido miembro del comando Vizcaya.
En su agenda aparecía anotada una cantidad de dinero, cinco millones de pesetas, y las siglas BOL. Los investigadores relacionaron esa cantidad de dinero con Ortega Lara y la nota de »BOL» condujo a Iosu Uribetxebarria Bolinaga, que ya era sospechoso de varios atentados.
Bolinaga, vecino de Mondragón, frecuentaba una nave industrial de la localidad en compañía de otros tres compinches. Los investigadores comprobaron que los cuatro captores acudían varias veces al día al local y compraban comida pero no para ellos. La hipótesis de que allí podría haber algún secuestrado cobraba fuerza.
El tiempo corría en contra por el temor de que los etarras pudieran acabar con la vida de Ortega Lara. Además, las fuerzas de seguridad no querían levantar sospechas. Así que en la madrugada del 1 de julio, se puso en marcha el dispositivo de la Guardia Civil. Se detuvo a los captores. Los agentes especiales se dirigieron entonces a un taller de maquinaria pesada en un polígono de Mondragón.
Garzón, presente en la nave
La comisión judicial, encabezada por Baltasar Garzón, decidió que uno de los etarras estuviera presente en el registro. «Entramos con él pero se mantenía en sus treces, decía que allí no había nadie», declaró después el teniente coronel que dirigió la operación.
Entonces hubo un agente que observó que había dos máquinas iguales y que el anclaje del suelo de una era distinto al de la otra. Esto hizo sospechar a los investigadores, que decidieron mover la máquina. Al comprobar que una base de desplazaba, se sospechó que el zulo podría estar debajo.
La Guardia Civil que estuvo en la nave manifestó que los etarras habían montado un sofisticado sistema de entrada en el zulo para evitar a toda costa que Ortega Lara fuera liberado, aunque ellos fueran detenidos. Para bajar al zulo los etarras habían construido un ascenso hidráulico que elevaba una máquina pesada. Pero era necesario pulsar a un interruptor camuflado para poder acceder a las escaleras del ascensor.
Según contó el diario »El Norte de Castilla» el 2 de julio de 1997, como no se pudo activar el ascenso, unos 60 agentes tuvieron que elevar a pulso el torno. Así descubrieron la trampilla que daba acceso al agujero.
«Nunca creí que saldría con vida»
Ortega Lara tenía 38 años cuando tuvo que vivir con el terror de su escondite. Salió del agujero con 23 kilos menos, con los ojos desencajados, desnutrido y con pánico. Los agentes que le liberaron describieron por entonces que su cuerpo parecía «un pergamino». Su figura se asemejaba a las víctimas de los campos de concentración, publicaba la prensa al día siguiente de su liberación.
La mañana del 1 de julio de 1997, cuando destaparon el agujero, Ortega Lara gritó: «Matadme de una puta vez». Había confundido a los agentes que liberaron con los etarras. Cuando salió del escondrijo, estaba muerto de miedo y al ver a tanta gente, sentía la necesidad de volver ahí dentro. Solo en ese agujero se sentía seguro.
Él nunca creyó que saldría vivo del agujero cubierto de madera húmeda al que había reducido su vida. Allí, rodeado de un saco de dormir, una mesa y una silla, hablaba en voz alta con su mujer, rezaba seis o siete rosarios al día, y leía la poca prensa que le llevaban los etarras. Pensó en quitarse la vida alguna vez, cuando confiaba demasiado en su idea de que se quedaría allí para siempre.
El 29 de junio de 1998, Bolinaga fue condenado por la Audiencia Nacional a 32 años de prisión en relación con el secuestro de Ortega Lara, por un delito de «secuestro terrorista con la agravante de ensañamiento y otro de asesinato alevoso en grado de conspiración, con la misma agravante». La misma pena fue impuesta a los otros tres autores del secuestro Jose Luis Erostegui, Javier Ugarte y José Miguel Gaztelu.