Es el momento de hablar con ellos de los valores de la familia, de poner normas, de hacer pactos, de apoyarles, de fijar objetivos a todos los niveles.
Lo más importante es crear vínculos afectivos desde el nacimiento, así más tarde confiará en la persona que le dio amor y tendrá autoridad. Los adolescentes tienen que sentir que confiamos en ellos, por eso es importante hablar con ellos de todos los temas sin tapujos, intimar y mostrarles cariño.
Hay que darles reconocimiento: reconocer las fortalezas o talentos naturales y cualquier cosa que aprendan o hagan bien. Es el espejo donde ellos se miran para saber si van por buen camino. Focalizarnos en lo positivo y no en lo negativo. A la hora de reñir es importante no etiquetar y no utilizar el verbo ser. Hay que hablar del comportamiento o conducta, ya que en el verbo ser hay implícito algo inamovible.
Hemos de saber reconocer nuestros sentimientos y emociones y los de nuestros hijos, sólo así les enseñaremos a postergar el placer. Por ejemplo, cuando un niño o a un /adolescente se le enseña que debe esperar para jugar a un videojuego hasta que haya acabado de hacer los deberes, o a salir con los amigos después de ordenar su habitación, se le está ayudando a desarrollar el músculo de la voluntad. Sólo así conseguirá objetivos que de verdad le hagan feliz.
No hay nada definitivo. El cerebro es plástico. Está en continuo movimiento y se puede cambiar. Nuestros pensamientos se convierten en acciones: si pensamos algo actuamos en consecuencia y si actuamos, somos. Si cambiamos nuestros pensamientos, cambiamos la forma de ser y nuestra vida.
Dar responsabilidad, no compartir suspensos, que el adolescente sienta que su vida depende de él, que tiene ese poder y que nosotros estamos para guiarle, pero el camino lo tiene que andar él. Hay que dejarle tomar decisiones para que aprenda.
Lo más importante a la hora de educar a un adolescente es enseñarle a conocerse a sí mismo, quererse y aceptarse como es; sólo así será feliz y podrá sentir la alegría de vivir. Para ello, es necesario tener en cuenta que son seres espirituales y que como tales, sus mentes tienen una enorme capacidad de aprendizaje, de creatividad, de control de los pensamientos y de las emociones y también de resiliencia (o capacidad de sobreponerse a periodos de dolor emocional o traumático).
Todo ello con un entreno adecuado que empieza a esta temprana edad. Por esto, educar no es sólo dar conocimientos, no es enseñarles qué pensar, sino enseñarles a pensar, cómo llegar a su propia verdad para que la vivan conforme a sus valores. La familia debería de ser un espacio de amor, paz y armonía donde todos sus miembros colaboran para sentirse queridos, libres, apoyados y poder crecer juntos.
Para conseguirlo, los padres deben crear un espacio seguro de respeto y confianza donde los niños se puedan desarrollar y hacerse individuos responsables, libres y felices.