No hay precedentes de un valor cotizado de la bolsa española que no cuente con una sola participación significativa de un accionista institucional. Tras la reciente salida de Mapfre, el capital de Bankia se ha convertido en un auténtico solar de inversores profesionales. Ni fondos de inversión, ni de pensiones, ni bancos, ni aseguradoras, ni empresas ni grandes fortunas. Todas las que compraron en julio de 2011 a 3,75 euros en la oferta pública de venta que la ex ministra Elena Salgado calificó como una «cuestión de Estado» ya han puesto pies en polvorosa antes del comienzo de una nueva etapa en el grupo.
Un nuevo ciclo que arranca oficialmente hoy, cuando empiezan a negociarse los derechos de suscripción de la primera de las dos ampliaciones de capital que el grupo necesita para cerrar su proceso de recapitalización, que si la hoja de ruta se cumple estará totalmente cerrada a finales del mes de mayo.
Ni siquiera un amigo como Mapfre -Bankia es el dueño de casi el 15% de la aseguradora- ha aguantado el tirón. En febrero aseguró que acudiría a la ampliación del banco y que se diluiría lo que fuera necesario. Pero, como otros accionistas, ha tirado la toalla a sabiendas de que la macroampliación de capital que salvará al grupo reducirá el precio en bolsa hasta niveles insignificantes, más aún que los actuales. Mapfre ha vendido todas sus acciones y ha cerrado un capítulo negro en su historial inversor: ha perdido gran parte de los 160 millones invertidos en la OPV.
Por lo tanto, el presidente José Ignacio Goirigolzarri afronta el futuro inmediato del banco con el único apoyo de los inversores minoristas que siguen controlando el 52% de las acciones del grupo. El otro accionista es el mayoritario, Banco Financiero y de Ahorros (BFA), a través del cual el Estado inyectará los 10.700 millones de euros que necesita para sobrevivir en la operación que hoy se pone en marcha. Y a esta cifra hay que añadir los 4.800 con los que los inversores en preferentes y subordinadas van apoyar muy a su pesar la recapitalización del grupo.
El impacto de la venta de las acciones de la aseguradora -y antes del resto de inversores de renombre- es mucho más simbólico que otra cosa. Sólo con la ampliación de capital de 10.700 millones el número de acciones de Bankia se multiplicará casi por 400, por lo que la dilución de la participación de Mapfre -llegó a superar el 4%- habría sido extraordinaria. Lo que importa es que ningún inversor de relumbrón ha decidido seguir en Bankia en el comienzo de una dura etapa en la que Gorigolzarri tendrá que demostrar que es capaz de devolver al grupo a los beneficios y atraer a los inversores que permitan que el Estado abandone poco a poco el capital.
Al contrario de lo que ha ocurrido con otros grandes fiascos de nuestra bolsa -por ejemplo el sector inmobiliario, donde los bancos acreedores se convirtieron en accionistas a la fuerza y han participado en grandes ampliaciones de capital para recapitalizar las compañías-, los institucionales de Bankia han ido saltando del barco ante la evidencia de que la entidad no tenía salvación. Acudieron a la OPV a petición del Gobierno, que solicitó el concurso de las torres más altas de la economía española para salvar la operación.
A regañadientes, las entidades que recibieron la llamada de Salgado- otras pocas, como BBVA, se negaron en redondo- aguantaron el tirón hasta que fue posible, pero la salida de Rodrigo Rato lo precipitó todo. Los analistas más conspicuos ya aseguraban la pasada primavera que el valor de Bankia era cero. Los más avispados vendieron antes de la nacionalización del grupo, como Banco Sabadell, que recuperó una parte significativa de los 50 millones invertidos.
El resto salió del capital con fuertes pérdidas. Por ejemplo, La Caixa vendió a alrededor de un euro por acción asumiendo una pérdida de unos 80 millones de euros. La lista de damnificados es interminable: Banco Popular, El Corte Inglés, la familia Villar Mir -dueña de la constructora OHL- o grandes fortunas como Alicia Kplowitz o Juan Abelló.
«No hay un caso como el de Bankia. Cuando termine el proceso de recapitalización, sólo tendrá una legión de inversores particulares castigados por unas pérdidas extraordinarias -los que compraron en la OPV acumulan hoy unos números rojos del 95%- y el Estado como accionistas. Una situación tan »sui generis» como fue la salida a bolsa», señalan en un gran »broker» español.
Bankia realizó el lunes de la semana pasada un ‘contrasplit’ que elevó artificialmente su cotización hasta los 17 euros por título, ya que en vez de 100 acciones de Bankia a 0,17 euros cada una, los accionistas pasaron a tener una acción valorada en 17 euros. Era el primer paso para completar el mecanismo de »resurrección» pactado por el Gobierno con Bruselas, que debería estar totalmente terminado el próximo mes de mayo. Como era de esperar, la acción se ha desplomado ante el comienzo de la recapitalización del grupo. Ayer cayó otro 9% hasta los 11,3 euros por acción.
Lo peor, para los preferentistas
Después de la ampliación de capital de 10.700 millones de euros, llegará el momento de canjear los 4.800 millones procedentes del canje de productos híbridos por acciones. Lo lógico es que una vez que los tenedores de preferentes y subordinadas reciban sus acciones, las vendan a toda velocidad para recuperar la mayor parte del dinero posible.
Los expertos prevén una avalancha de órdenes de venta que hunda –aún más- la cotización. En la práctica será una segunda quita sobre la que ya se ha impuesto a los dueños de las preferentes -éstos asumen una quita del 37,32%- y subordinadas que van a ser canjeadas. Los titulares de deuda subordinada perpetua asumirán una quita media del 36% y los de subordinada con vencimiento, del 13% de media. Un desplome cantado que ya no sufrirá ningún accionista de renombre.