Pese a las muchas falacias que sostienen nuestra leyenda negra, ninguna nación colonizadora organizaría antes que España, ni tampoco después, un debate como el que protagonizaron Juan Ginés Sepúlveda y Bartolomé de las Casas a instancias de Carlos I, acerca de la legitimidad de la conquista y el trato que había que dispensar a los indígenas. Como reconoce Lewis Hanke, acaso el mayor especialista en la figura de Las Casas: “Por primera y última vez un imperio organizó oficialmente una investigación sobre la justicia de los métodos que empleaba para ampliar sus dominios”. No existe otro ejemplo ni mayor ni menor de una potencia colonial poniendo en cuestión de forma oficial su propia empresa en Ultramar y este es un hecho que, sin disculpar el mal trato que eventualmente hayan podido dispensar a los indígenas nuestros conquistadores, eleva la conquista española y la engrandece.
El gran protagonista de la Controversia de Valladolid fue Bartolomé de las Casas, un fraile dominico que pasaría más de tres décadas en las Indias observando de primera mano los abusos de los encomenderos, de cuyo relato dará buena cuenta en su ‘Brevísima relación de la destrucción de las Indias’, dedicada a Felipe II y publicada en 1552, tres años después de la disputa. Diez años antes, Las Casas se entrevistará con el monarca, Carlos I, a quien transmitirá sus preocupaciones sobre las crueldades y los maltratos que sufren los indígenas.
Fruto de aquella conversación, se abriría una investigación a cargo del Consejo de Indias que terminaría en la promulgación, en 1542, de las Leyes Nuevas, un conjunto de 40 normas que venía a reafirmar la autoridad del rey sobre América en detrimento de los conquistadores y sus capitulaciones y encomiendas, en virtud de las cuales habían obrado durante casi medio siglo sin apenas oposición. Las Leyes Nuevas prohibían la esclavitud y los trabajos forzados y abolían las encomiendas salvo en casos muy justificados por méritos en la conquista e incluso en esos casos, se abolía el derecho hereditario de las mismas. Las Leyes Nuevas crearán un nuevo corpus legal en el continente y supondrán un acicate en la labor de Fray Bartolomé de las Casas, que toma conciencia de su capacidad de persuasión.
Con todo, su puesta en marcha suscita un claro rechazo por parte de los múltiples intereses que en cinco décadas de conquista se han ido formando en torno a la obra de colonización. Unos poderosos intereses que encontrarán su voz en la de un canónigo cordobés de sólida formación teológica que hacia 1547 trata de publicar un opúsculo que, sin ser una respuesta específica a Las Casas, contrapone toda su teoría. Se trata de Juan Ginés de Sepúlveda y la obra en cuestión se titula ‘Democrates alter, sive De justis beli causis contra indios’, un alegato a favor de la guerra justa que el Consejo de Indias primero y el Consejo de Castilla después, prohíben publicar. La obra se somete entonces al arbitrio de las Universidades de Salamanca y Alcalá de Henares que, ya bajo la presión de Fray Bartolomé, deniegan de nuevo el permiso.
El ‘Democrates Alter’ no es más que la continuación natural de la obra y el pensamiento de Sepúlveda, que ya en 1530 había escrito y publicado una primera parte que versaba ‘Sobre la compatibilidad del arte de la guerra y la religión cristiana’. En aquella ocasión se trataba la guerra contra los turcos, ya cuestionada por algunos teólogos y en su segunda parte, el cordobés desarrollaba su teoría justificando también las guerras de América y apelando al concepto de ‘servidumbre natural’ de Aristóteles. “Cuando aquellos cuya condición natural es que deben obedecer a otros niegan su autoridad, o cuando no hay otro modo, hay que dominarlos por las armas; tal guerra es justa, según los filósofos más eminentes”, escribió Sepúlveda, que también alegaba la necesidad de detener los crímenes cometidos por los indios, como los sacrificios humanos y la antropofagia.
Sin pretender más que un debate intelectual, Juan Ginés de Sepúlveda se vio arrastrado a una disputa con un hombre que no era superior a él intelectualmente, pero que contaba a priori con más simpatías mientras que sus apoyos respondían a intereses de los que él nunca participó. Con todo, la polémica creció como una bola de nieve y ambos, Sepúlveda y Las Casas, se vieron abocados a librar uno de los grandes debates intelectuales de su tiempo, la llamada Controversia de Valladolid, una disputa en el sentido medieval y universitario.
La capilla del convento dominico de San Gregorio fue el escenario del debate, que reunió a altas personalidades del Consejo de Indias y del de Castilla, así como cuatro teólogos reconocidos, tres Dominicos – Domingo de Soto, Bartolomé Carranza y Melchor Cano – y un franciscano, fray Bernardino de Arévalo, conocido defensor de las tesis de Sepúlveda aunque menos eminente que sus compañeros en el plano teológico. Se desataron luchas subterráneas por colocar a árbitros afines y de hecho, Cano y Soto eran conocidamente partidarios de las tesis de Las Casas, aunque ambos obraron con absoluta neutralidad.
Cada contendiente expuso sus tesis con libertad y tiempo abundante. Sepúlveda desarrolló cuatro ideas esenciales, la idolatría y los pecados de los indígenas, su naturaleza bárbara y servil, la necesidad de garantizar incluso con la fuerza su sumisión para predicar el evangelio y la necesidad de detener la antropofagia y los sacrificios humanos que cometían. Su discurso fue severo y doctrinal pero desapasionado, en contraposición al de Las Casas, que aludió con sarcasmo a su adversario y se centró en desmentirle. Para el dominico, el evangelio debía ser predicado de forma pacífica, a través de la convicción y no de la coacción. Las Casas defendía que los indígenas americanos no eran bárbaros y que las costumbres condenables como el canibalismo o los sacrificios se daban de forma aislada, debido a la ignorancia antes que a la perversidad. Y en cualquier caso, la guerra para defender a las víctimas de estas prácticas no hacía más que provocar nuevas víctimas por lo que era preferible persuadir antes que castigar.
La Controversia de Valladolid no contó con un fallo oficial. Tanto Sepúlveda como Las Casas se declararon vencedores y entre los teólogos, sólo Bernardino de Arévalo – a favor de Sepúlveda – y Domingo de Soto – a favor de Las Casas – se pronunciaron. Tampoco apareció una opinión oficial de la Corona, que quizás no tuvo intención de definirse, sino de escuchar a las partes. La conquista posterior siguió la dinámica trazada en las Leyes Nuevas y si debemos fiarnos por la trayectoria de los dos adversarios, Bartolomé de las Casas siguió escribiendo y publicando mientras que el ‘Democrates Alter’ de Juan Ginés de Sepúlveda no vería la luz hasta 1892, ¡cuatro siglos y medio después de su concepción!
El debate demostró que España rechazaba la tesis de que los indios fueran inferiores a los españoles y presentó nuestro país como una ‘rara avis’ entre las potencias coloniales, la única con conciencia suficiente como para cuestionarse la legitimidad de su conquista en una época donde el principio de la fuerza todavía estaba vigente.