Si los españoles identificamos al apóstol Santiago con un caballo blanco esto es debido a la leyenda de Clavijo, un episodio de la Reconquista más cercano a la leyenda que a la realidad, aunque de todo hay un poco. Las crónicas que hablan de la batalla de Clavijo la sitúan en el año 844 y colocan como protagonista al rey astur Ramiro I, conocido como ‘la vara de la justicia’ por su expeditivos métodos a la hora de fijar condenas, siempre recurriendo a duros castigos físicos, sobre todo si el delito tenía que ver con la magia, la brujería o el bandolerismo. Ramiro es también el rey que ordena levantar las iglesias de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, dando lugar a un estilo artístico que se conoce como ‘arte ramirense’.
En aquellos años, el reino astur apenas empezaba a plantar cara a los musulmanes, que se habían hecho fuertes en torno al emirato de Córdoba, pero que debido a sus propios problemas internos, no prestaban la debida atención a aquella incipiente resistencia que se extendería a lo largo de los siglos hasta completar la Reconquista de toda la península.
Según las crónicas que dan veracidad a la batalla de Clavijo, esta tuvo lugar por culpa de un viejo y oprobioso tributo que los cristianos pagaban a algunos caudillos moros por tierras de La Rioja. Según esta indigna tradición, los moros sellaban la paz a cambio de un tributo anual de cien doncellas vírgenes, cincuenta de familias nobles, para casar con sus caballeros y cincuenta más del pueblo llano, para el solaz de sus guerreros. Ramiro I había sucedido a Alfonso II el Casto, un rey asturiano que había sido capaz de tomar Lisboa, hazaña que sorprendió al mismo Carlomagno, con quien los astures quisieron mantener unas rudimentarias relaciones diplomáticas para que toda Europa conociese la heroica resistencia de los cristianos del norte.
El caso es que los musulmanes pensaron que Ramiro, un rey para ellos desconocido, iba a aceptar el tributo para evitar la guerra pero el astur era tan valeroso como el rey casto y ya había preparado y armado un ejército para combatir a su enemigo, que por entonces luchaba en tierras de Navarra. Las crónicas dicen que los moros iban encabezados por el emir Abderramán II y que contaban con varias decenas de miles de soldados. El enfrentamiento se habría producido a la altura del municipio de Nájera y tras un combate furioso, las fuerzas cristianas se replegarían hacia el castillo de Clavijo, incapaces de contener fuerzas tan superiores.
El rey Ramiro se acostó aquel día inquieto por la suerte de sus hombres y en medio del sueño, tuvo una extraordinaria visión. Se le apareció el apóstol Santiago que le pidió ánimo y valor, explicándole que el Señor le había confiado la protección de las tierras de España. El apóstol le vaticinó una gran victoria contra el sarraceno en la que él mismo colaboraría. Me veréis, le dijo, “vestido de blanco, sobre un caballo blanco portando en la mano un estandarte blanco”.
Confiadas tras haberles contado el rey su visión, a la mañana siguiente cargaron las huestes cristianas al grito de ‘¡Santiago!’ y en el fragor de la lucha se apareció la figura blanca del apóstol desprendiendo una gran luz que derribaba a los enemigos e insuflaba valor a los cristianos. Tras la batalla, vencida por Ramiro, el rey astur realizó una gran ofrenda al apóstol y estableció su culto en la sede compostelana. Hasta aquí la leyenda.
La realidad es que Ramiro y Abderramán II nunca se enfrentaron directamente y menos en Clavijo. Sí lo hicieron sus hijos, Ordoño y Muhammad, en la batalla de Albelda, que tuvo dos capítulos en un margen de siete años con victoria final para los cristianos, que rindieron la fortaleza tras siete días de asedio. La leyenda de Clavijo quedará sin embargo en el imaginario de las gestas españolas y la invocación del apóstol serviría en adelante para estimular el espíritu de los cruzados durante el combate, siendo el grito de guerra más reconocible de los cristianos durante la Reconquista.