Hace un año, varias plataformas de científicos e investigadores firmaban una Carta por la Ciencia que pretendía ser un manifiesto de reivindicación de su sector. Un año después se ha escrito una segunda carta y la consigna es literalmente ‘salvemos a la ciencia’. Lejos de servir de faro para enderezar el rumbo, la primera carta ha sido una premonición del desastre que se avecinaba. Los científicos que se marchan de España ya son muchedumbre y los que se quedan, ven sus proyectos agonizar por falta de fondos. De ambos problemas conocemos casos que rozan el esperpento.
Hace un par de meses, el Instituto Germans Trias i Pujol de Badalona, en colaboración con la compañía Archivel Farma, que tenía previsto empezar a comercializar la primera vacuna terapéutica contra la tuberculosis, anunció la cancelación del proyecto por falta de financiación para realizar el último de los ensayos clínicos. Un mes después, conocíamos que el joven investigador gallego, Diego Martínez Santos, reconocido por la Sociedad Europea de Física como el mejor joven físico experimental de Europa, se quedaba sin beca en España y debía prolongar, a regañadientes, su estancia en el Instituto de Partículas de Holanda, que reconocía su valía con un contrato de tres años.
El problema no es tanto que no haya recibido una beca Ramón y Cajal, la que solicitó el joven investigador, como que no existan otras vías para incorporar a nuestro tejido científico a un prometedor cerebro nacional ya reconocido internacionalmente. En cierto modo, que le hayan denegado la beca demuestra el buen nivel de los científicos que sí la han conseguido, puesto que el acceso a esta ayuda es abierto y mediante concurso.
El programa Ramón y Cajal va dirigido a doctores que llevan varios años dirigiendo sus propias líneas de investigación. En muchos casos se trata de científicos que han estado en el extranjero y han pasado ya por distintas universidades, investigando y formándose, por lo que tienen ya un buen capital acumulado. No se trata de la cantera de nuestra ciencia, sino del presente. El programa funciona desde 2001 y tiene como objetivo atraer a científicos con una trayectoria brillante, tanto de fuera de España como de nuestro país, para darles una estabilidad aquí. En cierto modo, se trata de una forma de captar cerebros por todo el mundo, de ahí que resulte paradójico que acabe siendo la vía de escape de nuestros científicos.
“El problema del Programa Ramón y Cajal es que se ha desvirtuado y ya no cumple sus objetivos. El BOE dice literalmente que se ‘garantiza el compromiso de crear puestos de trabajo permanentes con un perfil adecuado a las plazas cubiertas’ y esto no está ocurriendo. Mi decisión de volver a España se apoyaba íntegramente en ese párrafo”, explica Amaya Moro, miembro de la Plataforma Investigación Digna, quien considera que hay una dejación de funciones clara por parte de la secretaría de Estado al emplear dinero público en estos contratos y no hacer un seguimiento de estos objetivos.
Construirá el nuevo telescopio de la Nasa
Amaya Moro Martín está gozando de los últimos meses de su contrato de cinco años en virtud del programa Ramón y Cajal. Ella es astrofísica, una de las ramas en las que España puede considerarse una potencia mundial. No en vano, Amaya ya ha firmado un contrato con el Space Telescope Science Institute en Baltimore, Estados Unidos. Va a trabajar en el próximo telescopio espacial de la NASA, el James Webb Space Telescope, que sustituirá al Hubble. “Cuando alguien se tiene que marchar de España para seguir investigando, en cierto modo se pierde un capital, el que se ha invertido en él. Más aún si se trata, como ha ocurrido con compañeros míos, de una persona que abandona la investigación”, asegura Amaya.
Otro caso parecido es el de Felipe Martínez, que también goza de un contrato Ramón y Cajal en sus últimos estertores. Felipe trabaja en el campo de la Biología reproductiva, concretamente en la mejora de la fertilidad, tanto en ganadería como en humanos, otra de las áreas – la biomedicina – en las que España se puede considerar puntera.
“Estoy trabajando con ganadería de vacuno y porcino, donde se emplea mucho la inseminación artificial. También hago investigación básica, como en la evaluación de daños en el ADN de los espermatozoides, lo que puede explicar muchos casos de infertilidad”, explica Felipe, que aún no ha pensado lo que hará cuando acabe su contrato, pero que no duda que encontraría con cierta facilidad un puesto de trabajo fuera de España. “Prácticamente cualquier Ramón y Cajal puede encontrar trabajo en algunos de los países que están invirtiendo en investigación, como Reino Unido, Alemania o los Países Nórdicos. El problema es que muchos de nosotros ya hemos estado fuera y contábamos con asentarnos aquí, de modo que hay que volver a mentalizarse de que habrá que hacer las maletas”, dice.
En eso coincide Miguel Delibes, del Instituto de Investigación de Recursos Cinegéticos de Castilla La Mancha, que poco a poco se va quedando sin recursos y sin proyectos. “Tengo ofertas firmes que me piden financiación para empezar a trabajar con ellos. Parece que mi CV se valora mucho mejor fuera de España que en nuestro país”, dice. Delibes ha publicado más de 35 artículos científicos en distintas revistas y a sus 35 años, ha impartido cursos y conferencias en universidades de todo el mundo.
Desde Kiel al Curiosity
Elena Piñeiro es doctora en geología y vive en Kiel, una pequeña ciudad al norte de Alemania donde se encuentra el Instituto Geomar, el más prestigioso de Europa en el área de Ciencias del Mar y uno de los dos o tres más importantes del mundo, con más de 800 trabajadores contratados. “Pronto cumpliré aquí cinco años y ya me han ofrecido contrato por otros tres. Al acabar la tesis tenía muy claro que tenía que marcharme de España, aunque me gustaría volver. Y eso que aquí el trato es excelente. Incluso esperaron unos meses a que acabara mi tesis guardándome la plaza”, asegura. Elena no es la única española en Kiel. Dos de sus amigos, españoles, también científicos, trabajan en la construcción de satélites para Marte. “Ellos trabajaron en algunos instrumentos que luego formaron parte del robot Curiosity”, nos explica.
Con plaza fija, se marcha para investigar
Un caso aún más extremo es el de Alejandro Pérez Luque, un doctor en ingeniería agrónoma que tiene plaza fija en el Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera de Andalucía. Su trabajo tiene multitud de aplicaciones prácticas, que en líneas generales consisten en cómo proteger y mejorar genéticamente los cultivos con el objetivo de reducir su impacto ambiental y la dependencia de pesticidas y fertilizantes. Alejandro tenía una plaza de funcionario y un equipo a sus órdenes, pero la ausencia de proyectos debido a la falta de fondos, le llevó a plantearse su situación. “Podría haber optado por quedarme y seguir cobrando, pero no es mi estilo. Soy funcionario para poder investigar y no al revés”, asegura. Alejandro pidió una beca europea Marie Curie y se ha marchado a la Universidad de Sheffield para seguir haciendo lo que le gusta, que es investigar. “Mi mujer y mi hija siguen en España, pero ahora me encuentro con todos los medios necesarios para realizar mi trabajo, que es de laboratorio y no burocrático”, afirma.
Si me voy, ya no vuelvo
Elena Herrera es doctora en psicología con mención internacional y distinción ‘Cum Laude’. Su campo de estudio es la enfermedad del Parkinson, lo que le ha llevado de Inglaterra a Estados Unidos y de allí de vuelta a su universidad de Oviedo. En Seattle, precisamente, trabajó con un grupo de investigación dirigido por un científico español que trabaja sobre las claves genéticas del Parkinson. Los resultados de sus investigaciones sobre la dislexia, el parkinson y otras enfermedades neurodegenerativas han sido publicados en revistas de ámbito internacional. Ahora, Elena espera por el resultado de una beca Juan de la Cierva y apura los contactos con una universidad alemana y otra danesa. “Cada vez estoy más segura de que me iré porque, aunque me dieran la beca, lograría trabajo para tres años y luego, tendría que empezar a buscar otra vez. Lo malo es que si me voy, a lo mejor ya no vuelvo, pero eso a los políticos les da igual”, asegura.