La muestra, organizada por el Museo Nacional de Escultura en colaboración con la Obra Social La Caixa y que, tras su paso por Valladolid, viajará al Museo de Bellas Artes de Valencia y al Caixa Forum de Mallorca, ha sido inaugurada este miércoles por el director general de Bellas Artes del Ministerio, Miguel Ángel Recio; el director territorial de la entidad de ahorro, José Manuel Bilbao; el subdelegado del Gobierno, Jorge Llorente, y la directora del Museo de Escultura y comisaria de la muestra, María Bolaños.
Grabados de Durero, lienzos de Rubens, El Greco, Murillo o Pereda, instrumentos musicales, tratados y reproducciones, además de objetos vinculados a la faceta más enfermiza de la melancolía, permiten hacer un recorrido que comienza con su concepción como fábula cultural, lo que permite acercarse a la génesis de este temperamento, «uno de los hitos de la cultura europea de mayor pervivencia», según Bolaños.
La Alegoría de los Cuatro Elementos del flamenco Louis Finson da la bienvenida al visitante al mundo de la tierra, el aire, el agua y el fuego y al numérico concepto griego del orden plasmado en el 4, que además de la cuatro estaciones y los cuatro elementos, se vincula a los cuatro humores (flemático, sanguíneo, colérico y melancólico, recreados por Raphael Sadeler), relacionados a su vez con los cuatro elementos del cuerpo: sangre, flema, bilis negra y bilis amarilla.
Con el objetivo de desenmascarar la «falsedad histórica» de la bilis negra, que no existe pese a que los griegos sometían a tratamiento sus presuntos desequilibrios, la exposición se detiene en esta creencia, vigente desde el mundo de la antigua Grecia, con »bache» en el Medievo fruto de la intervención eclesiástica, y con una primera desembocadura en el Renacimiento, época en la que resurge avalada por la concepción aristotélica de la melancolía como enfermedad con síntomas como la tristeza, el temor a los dioses o la propensión a la soledad y el suicidio, además de otros físicos como la epilepsia.
Pero Aristóteles también la vinculó al temperamento de los genios y de los «grandes hombres», de modo que en los siglos XVI y XVII adquirió «un brío espectacular» interponiéndose en el cruce entre arte e ideas (en el Renacimiento los artistas aprenden a ser melancólicos para serlo de verdad) para llegar a mediados del siglo XVII (el cosmógrafo de Felipe II escribió un libro con contenidos sobre este tema para la educación de Felipe IV).
«Se convirtió en la piedra angular del patrimonio europeo», ha destacado Bolaños, quien ha apuntado a esta exposición como el «primer ejercicio del eslabón olvidado, evanescente y mal conocido» del Siglo de Oro para convertirse en un «museo imaginario de la melancolía hispana», lo que Recio ha hecho coincidir con aquel importante momento creativo.
El grabado de Durero »Melancolía I», que marca «un antes y un después» y constituye «un hito» en la historia del arte se acompaña en esta fase de la muestra de otras obras como »Saturno devorando a un hijo» de Rubens, que tiene como protagonista al dios que ampara a los melancólicos, «al astro de la lentitud, el más alto del firmamento», lo que sirve para explicar su inducción en las mentes de los nacidos bajo su signo de las ideas «más elevadas y sublimes».
Los aspectos «médico-morales» de la melancolía, la música como elemento de curación porque «amansa el caos interior del melancólico» de mano de su estructura numérica, además de su estudio científico, son otros de los aspectos que toca esta primera parte de la muestra a través de instrumentos musicales, tratados como el del médico de Felipe II o elementos considerados curativos como las piedras bezoares.
LA MELANCOLÍA Y EL SABER
El poder imaginario del melancólico profundiza, en una segunda fase de la muestra, en esa relación que mantiene con el culto al saber, la imaginación y el poder creativo con ejemplos como los de Pitágoras o San Agustín en un contexto, según la directora del Museo y comisaria de la muestra, en el que la melancolía convive con el nacimiento de la libertad subjetiva, de una espiritualidad que no pasa necesariamente por lo eclesiástico.
En ese escenario se sitúan en la muestra «grandes singulares» como Cervantes, representado por la segunda parte del »Quijote», que plasma al Quijano más melancólico, y Velázquez, cuyo autorretrato llegará de París en la última semana de julio; ambos comparten protagonismo en esta sección con Quevedo y sus sueños y con la clarividencia, otro elemento que se atribuye a los melancólicos y que se recoge en el Tratado de curación de la peste de Alonso de Freylas, también presente en la exposición.
El alambique más grande de Europa, el de Felipe II localizado en El Escorial, las sibilas y el coleccionismo como consecuencia de ese «afán de conocer» completan una sección a la que sigue la centrada en »El signo del desengaño», que parte de una situación de España (quiebra, pestes, hambrunas o derrotas militares) para explicar el «sentimiento de desengaño, decepción e incertidumbre» que afecta a los españoles de la época.
Es en este contexto en el que Heráclito, «el filósofo de la inestabilidad universal» y a quien se representa «llorando por las desgracias del mundo», se adueña de una estancia en la que le acompañan personas cuyo género se desconoce (lo plasma la tabla »Brígida del Río, la barbuda de Peñaranda»), además de un bufón, la torre de Babel o escenas de la guerra y sus consecuencias con las que se pretende representar ese sentimiento de inestabilidad que asola el mundo.
La vertiente más cristiana de la melancolía llega con su presentación en la figura de Cristo, considerado «el primer gran melancólico» y convertido en efigie de la melancolía universal, lo que llega a la muestra de mano de un grabado de Durero sobre la Pasión y de otras obras que no trasladan su tradicional imagen sino que lo despojan de heridas, coronas y clavos para mostrarle «abatido, solo, abandonado».
La culpa, representada por Las Lágrimas de San Pedro de Murillo o la Alegoría de la Orden de los Camaldulenses de El Greco, se mezcla con escenas de eremitas tentados en el desierto por el diablo del mediodía, por una cabeza de San Juan de Dios, una imagen de la subida al Monte Carmelo de San Juan de la Cruz y por dos figuras femeninas vinculadas a esta perspectiva: María Magdalena y María Egipcíaca, cuyo rincón preside un fragmento de un texto de Santa Teresa sobre el trato a dar a las monjas melancólicas.
El último episodio de la muestra, »Nada», se detiene precisamente en eso, en el fin, en la muerte, otro de los aspectos fuertemente vinculados a los melancólicos y que se plasma por medio de la figura de Séneca (de un busto). La alegoría del tiempo, materializada en naturalezas muertas, la vanitas y la muerte, representada por los cráneos en los que «ha tenido lugar toda la vida humana», ponen fin al recorrido expositivo.
Complejidad, intensidad y éxito han sido los calificativos empleados por el director general de Bellas Artes para referirse a una muestra que aborda un tema «no tratado nunca en exposiciones», lo que la convierte en «única», razón por la que ha felicitado a su responsable, María Bolaños.
Por su parte, el delegado territorial de La Caixa ha ensalzado el esfuerzo «de muchos» que ha requerido la creación de esta muestra, que hace la número 37 en la lista de exposiciones itinerantes que la entidad ha presentado en Valladolid con el objetivo de acercar la cultura a los ciudadanos, «que es también una forma de igualar a la sociedad».