Cómo nace el amor es un misterio. Lo que está claro es que, cuando llega, es un auténtico bombazo: una revolución en toda regla. La pregunta del millón, la que nos tiene en vilo es cómo lograr que dure para siempre. Buena parte de la cultura actual nos dice que es cuestión de suerte. Que cada cual asiste desde un palco a lo que sucede en su relación amorosa, mientras alguien –no se sabe muy bien quién– lidia en la plaza con los toros. Pero si esto es cierto, vamos de cuerno.
“La belleza viene del amor. El amor viene de la atención”. Me gusta este pensamiento de Christian Bobin, porque expresa la idea de que el amor no es solo un sentimiento que nos sobreviene (y que, por eso mismo, se pira cuando quiere). Es también una elección. O si se quiere: un sentimiento cultivado. Examinamos las malas hierbas; podamos de aquí y de allá; plantamos nuevas semillas… Invertimos de todo corazón en esa intimidad que nos une. En este sentido, el amor maduro se parece más a un jardín tranquilo que a un huracán apasionado.
Dice Ulrika Carlsson que el amor es en parte un regalo y en parte una tarea. Los regalos se aceptan o se rechazan. Por ejemplo: un niño no elige a sus padres, pero desde que nace se le ofrece la oportunidad de quererlos durante toda la vida. “El amor es el proyecto que consiste en aceptar un regalo, en cultivar una herencia, en asumir como propio el destino del otro”.