A los meteorólogos no les gusta usar la expresión gota fría, porque técnicamente lleva a equívocos y porque en la historia se ha asociado a graves inundaciones y episodios de desastres en época otoñal. Como la pantanada de Tous, en octubre de 1982, que causó una treintena de fallecidos.
Pero el término se ha hecho popular, en los medios y en el argot social, y los expertos también lo emplean para referirse a un fenómeno de chubascos y tormentas fuertes que se producen por el contraste entre una masa de aire frío de las capas altas de la atmósfera y una bolsa cálida y húmeda próxima al mar. Ese choque causa la inestabilidad atmosférica que se traduce en lluvias.
«Es un fenómeno en el que intervienen condiciones atmosféricas y características de la orografía. Al final, es una lotería determinar el lugar concreto y la cantidad exacta de lluvia que se registrará», explica Eduardo Román, director de Sirimiri Consulting.
Tan variables son los factores, que puede haber una diferencia de hasta 40 litros en la lluvia que cae entre dos pueblos cercanos. «Son siempre precipitaciones muy locales y en un municipio pueden registrarse 50 litros y en el de al lado, diez. Es muy complicado hacer predicciones».
La orografía influye en este fenómeno, actúa como «disparador» según los expertos. Un terreno montañoso puede atraer las masas cargadas de humedad y condensar el vapor que contienen. También, pueden aguantar masas de precipitaciones y cuando se descarga la lluvia, la cantidad y la fuerza es mayor.
El término gota fría puede sugerir pequeñez, pero en absoluto se ajusta a esa idea. Tampoco significa mal tiempo o frío. Los meteorólogos lo resumen como una depresión desgajada o (Depresión Aislada en Niveles Altos). En definitiva, una masa fría que se descuelga y entra en contacto con el aire cálido y acaba generando lluvias intensas y tormentas, este vez, de verano.