Si usted tiene fobia a escribir mal un mensaje de texto en el móvil y lo revisa varias veces, sí, sepa que padece retterofobia.
No es ni mucho menos una de las más comunes, pero sí una de las nuevas fobias catalogadas en el siglo XXI. El miedo a viajar en avión, a las alturas, a las arañas, a la sangre y las jeringuillas, a los espacios cerrados… sí son mucho más habituales, y para muchos, una auténtica tortura en su día a día. La “agorafobia”, popularmente conocida como «miedo a los espacios abiertos» es una de las fobias más frecuentes y también una de las más incapacitantes. La persona siente un miedo irracional, no únicamente a estar en la calle, sino a alejarse de su espacio de «confort». A cualquier situación en la que pueda sentirse indispuesto y crea que no se le podrá datr un tratamiento adecuado. En los casos más graves, el afectado no puede salir ni siquiera de su domicilio.
Cerca del 10% de la población española presenta algún tipo de fobia ante un determinado estímulo o situación externa. “Un miedo desproporcionado, que no se corresponde con la situación por la que atraviesa la persona y da lugar a una patología, convirtiéndose así en un miedo patológico”, explica el doctor Miguel Gutiérrez, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatria. Y ese miedo puede imposibilitar por completo la vida de una persona.
Este experto identifica algunas fobias comunes, que afectan a un elevado número de españoles, como el miedo a afrontar situaciones sociales. El miedo a hablar en público (glosofobia), a comer o beber delante de los demás, a conocer a gente o a enrojecer frente a los otros (ereutofobia). Ignacio Calvo, psicólogo experto en el tratamiento de fobias, matiza que » la mayoría de los miedos sociales que son comunes en la adolescencia tienen a desaparecer en la edad adulta a medida que la persona va adquiriendo experiencia». Pero en ocasiones no ocurre así y «la ansiedad tiende a persistir, generando grandes dificultades para adaptarse a los contextos sociales». El paciente trata de evitar el problema, lo que constituye un error, porque, de esta forma, «se acaba perpetuando la ansiedad».
Se considera que las mujeres sufren tres veces más fobias que los hombres, porque ellas suelen tener más necesidad de controlar las situaciones y manifiestan de forma habitual más cuadros de ansiedad. Existe incluso un perfil de las personas más propensas a padecerlas: una mujer joven (de entre 18 y 40 años), nerviosas, con una personalidad obsesiva y perfeccionista.
Antonio Cano, del Colegio de Psicólogos de Madrid, afirma que detrás de las fobias pueden «existir miedos que puede parecer que tienen algún sentido, pero otros no». Así, las fobias a determinados animales pueden tener su origen en»algo aprendido en el pasado», y vinculado a un peligro para el hombre. «Si a alguna persona le ha atacado un perro, por ejemplo, es normal que desarrolle ese miedo». Aunque Cano señala que este tipo de fobias no las generan únicamente animales de peligrosidad reconocida. Una simple paloma puede provocar un temor atroz a una persona «si alguna vez se asustó al pasarle una muy cerca»
En ocasiones, quienes las padecen llevan su fobia en silencio. En otras, se convierten en auténticos incomprendidos. Así ocurre, por ejemplo, con una de las fobias de diagnóstico reciente, la amaxofobia o miedo a conducir. Se considera que afecta a un 33 por ciento de los conductores, aterrorizados cada vez que se enfrentan a una curva, un adelantamiento o una autopista. Su reciente auge ha centrado los análisis de los especialistas, y existe incluso una web pionera en el diagnóstico. «Conduce sin miedo», del psicólogo Javier Díaz Calero, ofrece un cuestionario para saber si se padece o no este problema.»En general se inicia con una aguda crisis de ansiedad mientras se está conduciendo», afirma.
«La intensa sensación de falta de control que esta experiencia negativa provoca, acompañada de una serie de pensamientos catastrofistas sobre lo que podría haber sucedido produce un gran impacto emocional y un fuerte temor ante la posibilidad de que la crisis se repita o se produzca finalmente un accidente de tráfico». El transtorno afecta de forma aplastante a mujeres, «un 87 por ciento de los casos» y suele manifestarse en torno a los 34 años. Aunque pocos datos más se pueden dar, porque «la amaxofobia afecta de forma similar a conductores noveles, a aquellos con varios años de experiencia y a otros que hayan sufrido una experiencia traumática», concluye Díaz Calero.
Las fobias suelen tener un cuadro clínico similar. Cuadros de ansiedad, sudores, palpitaciones, hormigueos, cansancio o dolores musculare son síntomas comunes, en distinto grado. En ocasiones, no requieren tratamiento porque, dicen los especialistas, la persona en raras ocasiones se encontrará con el objeto que le produce un miedo y rechazo irracional. Pero en otras, cuando la calidad de vida se resiente, la atención del experto sí es necesaria.
Uno de los principales problemas es la falta de diagnóstico. Muchos pacientes no llegan nunca a tratarse. Asimilan su fobia como una parte de su vida y se organizan en torno a ella. Así, por ejemplo, una persona con pánico al ascensor, subirá siempre por las escaleras. En otros casos, el diagnóstico es inadecuado porque los pacientes recurren a la consulta del médico de cabecera, que no suele tener las herrramientas necesarias.
Pero los especialistas insisten: las fobias pueden evolucionar a más si no se tratan. Así, por ejemplo, los niños que manifiestan miedo a la oscuridad pueden convertirse en adultos limitados por tener que mirar si hay algo debajo de la cama.
Las fobias infantiles, afirma la socióloga Myriam Fernández Nevado, «tienen relación con el proceso de inscripción de la concepción de la muerte en el psiquismo infantil, a veces, por ejemplo, ante situaciones de peligro donde la vida del niño ha estado expuesta». Aunque no en todos los casos ha existido un factor de riesgo. Esta experta destaca también las fobias «generacionales», aquellos miedos irracionales que se transmiten de padres a hijos, incluso de forma genética, y que pueden provocar en los pequeños una gran sensación de inseguridad.
El tratamiento común consiste en identificar la fobia y aplicar una terapia que enfrente al paciente, de forma paulatina, con la situación que le provoce el miedo, combinándola con ejercicios de relajación y, en ocasiones, de fármacos que ayuden a calmar la ansiedad.
La mayoría de las consultas son fobias simples, y con buen pronóstico. En torno al 85 por ciento de los pacientes muestran una respuesta favorable al tratamiento. En casos más complicados, la curación es igualmente alta y el 65 por ciento de las personas ven superada su fobia.
Parecen cuestiones menores, pero se considera uno de los apartados más complejos del psicoanálisis.
Las nuevas fobias
Las fobias no son algo estático e inamovible, sino que evolucionan también con la sociedad. Los expertos consideran que la adicción al teléfono móvil, y en consecuencia, el miedo irracional a estar sin él, se ha convertido en “la enferdad del siglo XXI”. Y le han puestonombre: nomofobia. Según una encuesta realizada en Reino Unido, el 66 por ciento de la población confesaba que “dejar el móvil en casa” les provocaba un estado de ansiedad comparable con cualquier otro miedo irracional: malestar, enfado, sentimiento de culpa, incluso disminución de la autoestima, los síntomas del cuadro clínico que manifestaban todos los que no llevaban el móvil encima. Muchos de ellos, ni siquiera llegaban a identificar su estado de nerviosismo con una fobia.
Los datos no son baladí. La dependencia al móvil se ha convertido en un rasgo común a nuestro tiempo, y según las encuestas, consultamos el teléfono unas 34 veces al día.
Con la nomofobia, la anteriormente mencionada retterofobia o la editiovultafobia. Un nombre impronunciable que hace referencia al miedo a la red social Facebook. Un temor que se explica por la ansiedad que se genera en algunas personas al comparar su vida con la de sus contactos, si estas son exitosas.