Carlomagno, la unidad. Primer emperador del Sacro Imperio Germánico, Carlomagno fue hijo de Pipino el Breve y nieto de Carlos Martel, el rey franco que detuvo a los musulmanes en la batalla de Potiers (732), cuando quisieron pasar de España a la conquista de Europa. Continuador del espíritu expansivo y cohesionador del Imperio Romano, venció a los lombardos y dominó la península itálica, para lanzarse después a por los sajones, campaña que le llevó 18 años. Llegó a dominar toda Europa, desde los Pirineos al Danubio, gobernando buena parte de lo que hoy es Francia, Italia, Alemania, Austria, Hungría y Bohemia. El Papa León III le coronó emperador, iniciando así el Sacro Imperio Germánico, que cohesionó a través de la religión católica y la transmisión de la cultura grecolatina. La identidad europea posterior, le debe mucho a su reinado.
Francisco José I de Austria, la diplomacia. El último emperador del Imperio Austrohúngaro no estaba inicialmente destinado a ser monarca aunque fue educado como tal. Gobernador de un inmenso imperio de 676.000 metros cuadrados, 52 millones de habitantes y una mezcla de germanos, magiares, eslavos, rumanos, italianos, judíos y gitanos, su gestión estaba abocada al fracaso por culpa de una revolución magiar que fue resuelta con gran sentido diplomático por el monarca, con la ayuda de su bella esposa, la popular reina Sisi, que siempre sintió gran simpatía por la causa húngara. Sisi fue una reina atípica, de ideas progresistas y muy preocupada por las causas sociales, mientras que el gran reto del reinado de Francisco José fue el nacionalismo creciente en Centro Europa.
Carlos III, la discreción. Hijo de Felipe V y hermano de Fernando VI, Carlos III fue el gran representante del Despotismo Ilustrado en España y acaso el mejor rey que ha dado en España la dinastía de los Borbones. Con el progreso de España entre ceja y ceja, Carlos III inició un extenso programa de reformas que no siempre contó con la aprobación de su pueblo, aunque como buen absolutista, entendía que su figura bastaba para legitimar sus iniciativas. “Son como niños – dijo de los madrileños a propósito de unas protestas por las obras de alcantarillado – les lavas y lloran”. Piadoso, prudente, flemático, discreto y poco agraciado, dicen que la seriedad le bastaba para demostrar rechazo y que su único vicio, como el de otros borbones, fue la caza.
Felipe II, la prudencia. El rey Prudente tomó las riendas de España tras la abdicación de su padre, que vigiló desde el monasterio de Yuste sus primeros pasos. Con la misión de gobernar el más vasto imperio de su tiempo, Felipe se condujo siempre con prudencia. Fue valiente en la guerra y generoso en la paz, aunque poco eficaz en el gobierno y condujo a su país a tres bancarrotas. No obstante, estuvo siempre a la altura de su reinado y su figura fue siempre respetada en Europa. En el plano militar, se vio obligado a continuar la guerra de Flandes – el gran error de su reinado – fue incapaz de invadir Inglaterra pese a la Grande y Felicísima Armada, pero detuvo al turco en Lepanto, “la más alta ocasión que vieron los siglos”, según un joven arcabucero que participó en la batalla y que respondía al nombre de Miguel de Cervantes.
Isabel I de Inglaterra, la determinación. Última representante de los Tudor, la reina Elizabeth fue hija de Enrique VIII y Ana Bolena. Gran rival y enemiga de Felipe II, la gran característica de su reinado fue su determinación, tanto para enfrentarse y resistir el empuje de la gran potencia de la época, España – a cuya Armada Invencible derrotó –, como para permanecer soltera y virgen hasta la muerte, lo que supuso el fin de su dinastía. Durante su reinado florecieron figuras como William Shakespeare y la riqueza de España lo fue menos porque sus piratas, con patente de corso – Drake, Hawkins… –, asolaron los galeones españoles que volvían de las Indias.
Pedro el Grande, el europeísmo. Gran artífice del giro hacia Europa que dio Rusia en el siglo XVIII, fue uno de los grandes monarcas de la dinastía Romanov. Educado en Europa y conocedor de las modas y tendencias de París, Pedro el Grande fundó la ciudad de San Petersburgo, mucho más cercana a occidente que Moscú, y la convirtió en la capital del reino, al tiempo que iniciaba una serie de reformas administrativas, económicas y territoriales que convertirían a Rusia en una de las grandes potencias europeas de la época.
Carlos XII de Suecia, el genio. Carlos XII fue, según el mariscal Montgomery, uno de los grandes genios tácticos de la historia y además, el último rey de Suecia que fue a su vez un gran caudillo militar, temido y respetado en toda Europa. Nada más ser coronado, el monarca se alzó contra una gran coalición anti sueca formada por daneses, polacos y rusos y los venció juntos y por separado. A Pedro I el Grande lo venció en la gloriosa batalla de Narva, donde 8.000 suecos por él comandados vencieron a 38.000 soldados rusos dejando 15.000 cadáveres en el campo de batalla y no teniendo que lamentar más que 650 bajas. Su genio militar y su política expansionista prolongaron la etapa imperial sueca hasta que a su muerte, Rusia ocupó su lugar como potencia hegemónica del Norte.
Luis XIV, la grandeza. El rey Sol fue el gran monarca de su tiempo y el gran representante del absolutismo, que tuvo su corazón en el gran Palacio de Versalles que él ordenó levantar y donde trasladó su corte. Casado con la infanta María Teresa, hija de Felipe IV, Luis XIV impuso la dinastía Borbón en España, que se inicio con el reinado de su nieto, Felipe V. Educado por el cardenal Mazarino, pronto supo impresionar a su maestro, que dijo de él: «Tiene cualidades suficientes para formar varios grandes reyes y un gran hombre». Su modo de gobernar fue un culto constante a su persona y se decía que en la Francia que él gobernó, donde vivían 18 millones de personas, no se firmaba un pasaporte sin su consentimiento expreso.
Carlos I, la influencia. El emperador del Sacro Imperio fue el primer rey de la dinastía Habsburgo en España, donde llegó con 17 años y sin hablar una palabra de español. Para colmo vino para pedir dinero con el que sufragar sus ambiciones imperiales, de ahí que no fuese extraño que le estallase la revuelta de las Comunidades. Carlos I empleó todo su poder e influencia para ser emperador del Sacro Imperio, imponiéndose al monarca francés, Francisco I, que sería su gran rival durante todo su reinado. Carlos I derrotó a Francisco I en Pavía y le humilló al tomarle prisionero, ofensa que este nunca le perdonaría aunque fue tratado con perfecta cortesía durante su encierro.
Isabel La Católica, la intuición. En los reyes católicos confluyen las dos grandes empresas de la Edad Media y la Edad Moderna españolas, la Reconquista y la conquista de América. Reina piadosa, beatísima, tenaz y orgullosa, tan capaz como cualquier hombre, intuitiva y resolutiva, fue ella quien escogió a un rey joven como Fernando para que otro mayor no la controlara. En el tándem que formó con su marido, él ponía la astucia y ella la amplitud de miras y el sentido de estado, además de la intuición, que le llevó a confiar en Cristóbal Colón y patrocinar su proyecto de viajar a las Indias por el lado contrario al conocido.