En Tailandia se ha extendido una atracción turística que consiste en ver a niños de seis años combatir con puñetazos y patadas delante del público quien grita ferozmente situado alrededor del anillo. Lo que para unos es una atracción turística, para aquellos niños es una manera de traer dinero que necesitan con desesperación en sus hogares.
Este viernes el periódico británico The Sun informaba sobre el nuevo entretenimiento para turistas en Tailandia. Esta repugnante actividad incluye a niños y niñas indistintamente y tiene un éxito aplastante entre los turistas europeos. Según informó el periódico, estos espectáculos tienen lugar en bares donde también se paga por sexo y están destinados a atraer a clientes.
El escándalo salió a la luz de la mano del cineasta Todd Kellstein quien vio y filmó 300 peleas como documentación para su película “Buffalo Girls”que ya tiene trailer. La cinta está distribuyéndose por distintos festivales.
El combate es brutal y le causa conmociones cerebrales a los niños
Según declaró Kellstein a The Sun, “los turistas ven el combate y les dan propina cuando terminan”. Asegura que no esperaba “tanta brutalidad como la que se ve diariamente” y “lo que da verdaderamente miedo es que pelean sin ningún tipo de protección” en la cabeza.
Más aún, Kellstein aseguró que a los niños se les entrena “para no mostrar ningún tipo de compasión” y siguen atacando aún cuando su rival “está en el suelo inconsciente”.
El cineasta aseguró en The Sun que esta práctica empezó en las zonas rurales pero que se fue extendiendo a la zona turística. De hecho, afirma que los bares en los que grabó los combates siempre había unas 70 personas que “parecían británicas o alemanas”.
Con estas peleas, los niños se expone a romperse huesos, a lesiones cerebrales e incluso a la muerte en una competición que carece de regulación alguna. Kellstein vio a unos 20 niños que sufrieron conmociones cerebrales y no tenían más de 10 años. Otro niño, según declaró a The Sun, cayó al suelo después de una patada y fue sacado del anillo por su propia familia.
Aún así, Kellstein aseguró que no era su “tarea juzgar la cultura de otro país” y que los combates suponían una alternativa a la prostitución de aquellos niños para traer dinero a sus hogares.