En el mitin de Barcelona de este domingo, Pablo Iglesias ha demostrado tener poder de convocatoria y capacidad para enardecer a los asistentes. Pero ha confirmado también una especialidad de su discurso, que es la de no comprometerse. Ni una sola propuesta concreta ha dejado establecida para ese futuro que él quiere determinar. Se halla en pleno cambio de programa, después de que se le haya demostrado que sus ideas iniciales son impracticables o ruinosas, pero esa no es la causa de su indefinición: Iglesias no se arriesga a precisar porque la crítica a lo establecido y la promesa del derrumbe le reporta éxito popular, y ahora está en la tarea de consolidar el aplauso que de esa forma obtiene para traducirlo luego en votos.
Pablo Iglesias ha conectado con un sector de la sociedad que está harto o desalentado o agobiado, y al mismo tiempo irritado con esa quiebra de la confianza política que es la corrupción rampante. La gente que le sigue no es la extrema izquierda solamente, que no hay tanta en España como electores le auguran las encuestas, sino la que rechaza lo que hay porque esto a ellos no les ha funcionado lo suficiente o les parece que ya está agotado. Por eso tiene tanto éxito la invectiva contra la “casta política” (además de ser un apelativo simple y un proyectil eficaz) y el propósito de derribarlo todo. A tales seguidores con eso les basta, la seguridad de que alguien está decidido a tirarlo abajo. Y punto.
No estoy seguro de que a muchos de los asistentes del mitin de Barcelona les haya preocupado la ausencia de soluciones porque acaso no iban a exigirlas sino a recrearse en la diatriba. En realidad, el líder de Podemos no ha ofrecido ni una sola propuesta, sino sólo líneas generales que se pueden interpretar de distintas formas. Ni siquiera en lo que ha sido más notorio de su discurso, estando en Barcelona, es decir, la cuestión del independentismo catalán, ha sido capaz de precisar. Se ha quedado en un indeterminado deseo de que “Cataluña no se vaya”, sin definir cómo lo conseguiría él, y en un abstruso dictamen de que “la casta ha insultado a los catalanes”, sin matizar a qué catalanes, ¿a los independentistas, a los indiferentes, a los que quieren seguir siendo españoles, mayoría en las encuestas? Esta apología es un buen ejemplo del estilo de Iglesias: nada de concreción pero ataque a lo establecido y a lo que otros han hecho para resolver problemas.
La pretensión destructiva no le impide a Pablo Iglesias presumir de todo lo contrario: “Algunos hacen política elevando muros, nosotros la hacemos tendiendo puentes”, dijo en clara contradicción con su método antisistema y con otra de sus afirmaciones agresivas: “A mí no me veréis darme un abrazo ni con Rajoy ni con Mas”. Promete puentes y niega abrazos. Pero muchos de sus incondicionales no repararán en la discordancia, posiblemente esperanzados con otras afirmaciones expuestas con formas ilusionantes, como cuando dijo que quiere que “la ley no persiga a quien no pueda pagar una hipoteca, que la ley persiga a los evasores fiscales”, afirmación con la que es fácil estar de acuerdo, lo difícil es conocer cómo promete conseguirlo.
Tiene suficientes razones el joven político de Izquierda Unida Alberto Garzón para decir que Podemos desarrolla una estrategia de ambigüedad ideológica “muy calculada” para intentar llegar a un electorado muy amplio. Garzón habla con conocimiento de causa porque está intentando una alianza de las fuerzas de izquierda radical pero no logra la atención de Iglesias. El gran problema de Iglesias y su partido es que se van conociendo su vaguedad táctica y al mismo tiempo sus puntos débiles. Valgan estos dos diagnósticos rápidos: Albert Rivera, líder de Ciudadanos, en declaraciones a El País: “No sé qué defiende Podemos, porque cambia el programa según avanza en las encuestas” y “Podemos es venganza”; y Rafael Hernando, nuevo portavoz parlamentario del Partido Popular: “Podemos se presenta como Don Limpio pero está lleno de suciedad”.
La ambigüedad es más peligrosa cuando el político plantea objetivos máximos, como es la sustitución de la Constitución por no se sabe qué. Iglesias dijo en Barcelona que “hace falta abrir un proceso constituyente, que abra puertas y ventanas, que abra los candados”, pero nunca ha explicado qué Constitución quiere. Y me temo que nunca lo explicará porque vive muy bien en la indefinición. La crítica radical a lo existente y la falta de propuestas le está dando resultado. ¿Para qué va a concretarlas si quienes le siguen no se lo exigen? Esto es lo que define a Iglesias y a Podemos. Se trata de un fenómeno que se alimenta de la desazón de la gente, a la que da esperanza sólo con la destrucción de lo establecido y promesas inconcretas que parecen sonar bien. Es puro populismo y puro ensueño.