El imparable crecimiento de Alternativa por Alemania demuestra la fuerza de un euroescepticismo alemán que la canciller trata de contener
A estas alturas de la campaña electoral alemana nadie duda que la canciller ganará holgadamente sus terceras elecciones. Todo lo más, comentaba un amigo alemán el pasado fin de semana, podría ocurrir que, para la próxima legislatura, Angela Merkel eligiera a los socialdemócratas como compañeros de fatigas.
Mujer pragmática donde las haya, podría utilizar su tercer mandato para repetir una experiencia que ya funcionó en tiempos de Shroeder y que demostraría de nuevo la capacidad de los alemanes de unirse para afrontar juntos el futuro. El resultado sería una Alemania mucho más fuerte dentro y fuera del país. Dentro para hacer frente a los euroescépticos y fuera para asumir de nuevo el liderazgo de Europa.
Posible gobierno de coalición
Una decisión así (que mi amigo daba casi por segura) se explicaría por varias razones: el nuevo gobierno necesita ser especialmente fuerte en el exterior con el fin de asentar su posición con respecto a la Unión Europea. Merkel ha conseguido superar la crisis del euro contra viento y marea gracias a su obsesiva defensa de la austeridad y su lucha contra el déficit, pero la imagen de Alemania ha sufrido un serio desgaste. Y ha ocurrido en un momento especialmente delicado, cuando la posibilidad de empezar a salir de la crisis hace que muchos confíen en el país más poderoso de Europa como motor de esa recuperación.
Pero si, por interés nacional, pretende recuperar ese papel también tendrá que luchar contra sus propios euroescépticos. Son, curiosamente, producto de la política de la propia Merkel. Mientras ella exigía a los países del sur más rigor en sus presupuestos, entre los ciudadanos alemanes crecía el rechazo a ayudar a países que, en su opinión, son poco productivos e incapaces por tanto de mantenerse en la moneda única.
La irrupción de los euroescépticos
Después de varias décadas de sufrir elevadísimas tasas de impuestos para costear la reunificación de Alemania y después de decir adiós a su apreciada moneda, el marco, por imposición de los políticos, los países del sur de Europa se convertían en una nueva amenaza para sus economías domésticas.
De esa antipatía popular hacia Bruselas como paradigma de ese peligro nació a principios de año Alternativa para Alemania, una nueva formación liderada por un técnico pragmático que pide la disolución ordenada del euro y el regreso a las monedas nacionales. Y algo que parecía más propio del Reino Unido ha ido adquiriendo fuerza hasta llegar, según los últimos sondeos, a un 4 por ciento de la intención de voto que le sitúa en el umbral de la entrada al Bundestag.
Algunas estimaciones otorgan al partido euroescéptico hasta un 7 por ciento de los votos del domingo 22 de septiembre, lo que le convertiría, si no en un peligro, en una seria advertencia para el Gobierno.
El fin del aburrimiento alemán
La noche del domingo, con un buen número de televisiones situadas en la sede de los euroescépticos, puede comenzar una nueva era en Alemania, con Merkel de nuevo al frente, pero con fuerzas centrífugas que agitarían el panorama. Stephen Kornelius, autor de “Angela Merkel, la canciller y su mundo”, comenta en el New York Times que participar en una campaña electoral es la parte que más odia la canciller de la política.
Se pregunta si esa mujer no resulta demasiado aburrida incluso para los alemanes, pero él mismo describe las cualidades que la han hecho merecer la confianza de los alemanes: rigor absoluto a la hora de afrontar los problemas y pasividad en los temas que no le interesan. Ganará las elecciones del domingo, pero es posible que esté a punto de comenzar una época diferente en el país más poderoso de Europa.