No es una mediación al uso. Primero porque en Venezuela no hay una guerra abierta, al menos por ahora, y los contendientes ni siquiera han llegado al nivel extremo de no poder verse las caras. Es en esos casos cuando se requiere la figura de un mediador independiente y fiable, que hable por separado con unos y con otros para acercar posiciones que, con el tiempo, permitan una negociación directa.
No será ese el papel del Cardenal Pietro Parolin, actual secretario de Estado de la Santa Sede y, por tanto, responsable de su diplomacia. Aunque muchos periódicos de América latina le denominan “mediador” en grandes titulares, de esos que se reservan para las ocasiones históricas, su papel real será el de “testigo de buena fe” entre las partes.
Y el asunto va acompañado de mucha propaganda, por cierto, puesto que los dos bandos, gobierno y oposición moderada, no solo han aceptado sentarse en la misma mesa, sino que lo hacen en un acto retransmitido en directo por radio y televisión en horario de máxima audiencia.
“Miraflores temblará con la verdad”, asegura Capriles
Demasiada “luz y taquígrafos” no siempre es eficaz. Está comprobado que los conflictos más enconados se han solucionado siempre en conversaciones secretas, alejadas de los focos, pero los venezolanos lo han querido así para dejar claro que no quieren ocultar nada. En el caso del Gobierno porque ha aceptado a regañadientes la negociación; en el del opositor más conocido, Henrique Capriles, porque quiere que todo el mundo vea como le dice al Gobierno la “verdad” de lo que está ocurriendo en Venezuela.
Y lo que está ocurriendo es que, si bien no hay guerra, la ola de violencia desatada en febrero se ha cobrado la vida de 40 personas, ha provocado medio millar de heridos y más de dos mil detenidos. Son “presos políticos”, dice la oposición, cuya libertad reclama a toda costa para poder alcanzar un arreglo con el gobierno de Maduro.
Lo que “arriesga” el Vaticano
Lo peor, con todo, es que las causas del estallido continúan presentes y sin visos de arreglo: una hiperinflación que destroza las economías domésticas, un desabastecimiento de bienes de primera necesidad que desespera a la población, mucha sensación de desgobierno y escasa confianza en el futuro. Una situación difícil a la que se añade el rechazo a participar en las negociaciones de los principales protagonistas de la algarada, los estudiantes, y la ausencia del detenido Leopoldo López y la recién despojada de su escaño Corina Machado, personajes que cuentan con el apoyo de una buena parte de los venezolanos.
No se dan, por tanto, las mejores condiciones para que la “mediación” del Vaticano pueda tener éxito. Y llámese como se llame al papel del Cardenal Parolin, lo que no puede negarse es que se trata de una notoria incursión del papado de Francisco en asuntos de América Latina. Una iniciativa que, en función del resultado, servirá para reactivar el papel del Vaticano en la zona del mundo que mejor conoce el Papa actual. Por eso es tan arriesgada su misión pacificadora en Venezuela.
El papel del Cardenal Parolin
El primer objetivo del Cardenal será procurar que las partes destierren el uso de la violencia, prodigada tanto por el Gobierno (con bandas de moteros incontrolados que reprimen allí donde no llegan las fuerzas del orden y que han cometido asesinatos deleznables) como por parte de la oposición más radicalizada.
Después de una puesta en escena a bombo y platillo llegará el momento de la verdad, encauzar unas negociaciones que probablemente serán lentas y difíciles, si es que no se rompen a la primera de cambio. Ahí empezará la verdadera labor del Cardenal Parolin, hasta el año pasado Nuncio en Venezuela y buen conocedor del país. Y de sus errores o aciertos dependerá también el prestigio del Vaticano como mediador en éste y en futuros conflictos de América Latina.