En Comala, la tierra de Pedro Páramo, sopla una aridez quelo agrieta todo. Las mañanas son grises. No frías, pero grises. Y a la noche,llueve una luna que te hiela el alma. “El cielo estaba lleno de estrellas, gordas,hinchadas de tanta noche. La luna había salido un rato y luego se había ido.Era una de esas lunas tristes que nadie mira, a las que nadie hace caso”.
La Comala que retrata Juan Rulfo en su novela no está enninguna parte. O mejor dicho: puede estar en cualquiera. A veces, nuestra vidase parece un poco a ese pueblo monótono e insípido. Porque las manías y loshorarios y los deberes hacen mella. Porque el amor no es todos los días tanexcitante como nos gustaría.
En esas ocasiones, me gusta recordar unas palabras de JoanBaptista Torelló sobre el poder de la paciencia: “El amor verdadero florecepoco a poco, tiene necesidad de tiempo, de rocíos, de lágrimas y de risascotidianas, de horas oscuras vividas en común, de sucesivas revelaciones mutuasde flaquezas, de perdones otorgados una y otra vez”.