La economía española empieza a respirar sin asistencia, que no es poco. La salida de la recesión es una evidencia, las cifras de desempleo parece que han tocado fondo, la reducción de la prima de riesgo nos va a permitir financiarnos menos caro que hasta ahora y las mejoras en términos de competitividad son extraordinarias, por más que se hayan generado a costa de un brutal ajuste del cinturón salarial de los españoles.
Más que suficiente para que el Gobierno vaya a cambiar sus previsiones de crecimiento respecto a la publicadas esta primavera, que como todo el mundo sabe eran deliberadamente pesimistas y apuntaban a un discreto alza del PIB del 0,5% en 2014. Imposible no reconocer la habilidad del Gobierno, que empezó el año con unas expectativas fuera de la realidad desenmascaradas por los servicios de estudios más prestigiosos dentro y fuera de España.
Ahora, con la ayuda inestimable del cenizo y poco realista FMI que dice que no levantaremos cabeza hasta 2018 y a pesar del fiasco olímpico, la situación se ha dado la vuelta totalmente. La Caixa, BBVA, Funcas y Morgan Stanley han revisado al alza las previsiones de crecimiento del Ejecutivo y dicen que la tasa de paro bajará en 2014. Una operación de márketing sencillamente impresionante del Gobierno, porque superar sus propias previsiones era, salvo catástrofe, pan comido. Hasta ahí bien.
Pero convendría no relajarse y caer en la autocomplacencia que impida sacar adelante las reformas pendientes. El déficit público sigue dando miedo, el consumo interno y la inversión brillan por su ausencia, el crédito sigue a años luz del corazón de la creación de empleo en España -las pequeñas y medianas empresas-, el paro juvenil es un drama y la situación social de cada vez más españoles es de exclusión.
Algo que no cambiarán a corto plazo ni la relajación de la prima de riesgo ni un crecimiento escuálido que, mientras no se demuestre lo contrario, sigue a años luz del 1% que podría empezar a mover de verdad el mercado laboral. Por lo tanto, el enfermo ha pasado de la cama a la silla, pero otra cosa bien distinta es echar a andar.
Ganada la batalla sicológica -el mantra de que lo peor ha pasado ya se ha instalado en la cabeza de los españoles- es el momento de ganar la batalla de la credibilidad ante los organismos y los inversores internacionales para que el diferencial con Alemania caiga hasta los 200 puntos básicos que prevé el Gobierno.
Para ello habrá que cumplir con los objetivos fiscales y sacar adelante de forma convincente reformas como las de las pensiones o las administraciones locales. Un objetivo totalmente reñido con la autocomplacencia y la relajación que ciertas declaraciones públicas de algunos de nuestros políticos dejan ver estos días.