Todo el mundo conoce la diferencia entre político y Estadista. Entre un dirigente y un Hombre o Mujer de Estado. El último debe estar por encima de intereses pequeños o de partido. Tener el horizonte grande y pensar en el bien común. Sus propuestas suponen la institucionalización del país.
Los Estadistas ilusionan a los ciudadanos y les dan un sentido de destino colectivo. Sus afirmaciones serias, meditadas y, a la vez, apasionadas demuestran un convencimiento interior y responden a una visión que representa las aspiraciones del conjunto. La obra del Estadista continua cuando éste ha desaparecido; las instituciones que construyen tienen vocación de permanencia y permanecen. El político gestiona la situación actual. El «Hombre de Estado» dirige el cambio hacia un nuevo puerto.
Adolfo Suarez, estadista de la Transición
En España pudimos calificar a Adolfo Suarez de estadista durante el periodo de la Transición. Su empeño de «ir de la ley a la ley» produjo una Constitución que ha superado los treinta años de existencia, más tiempo que la vida del líder de la UCD, el partido que él aglutinó. El Estadista consigue que le respeten hasta sus opositores, que acaban participando de sus obras políticas. Así sucedió con las instituciones derivadas de la Transición.
Fue un periodo histórico complicado en la que España pudo caer en el caos. Pero el coraje de Adolfo Suarez, con el aliento de Rey Juan Carlos, lideró el cambio.
¿Necesita España Estadistas? ¿Los tiene?
¿Estamos en una situación para que España requiera Estadistas? Los desafíos no son pequeños. Las encuestas electorales, que ratifican los resultados de las últimas elecciones europeas, expresan una perdida de ilusión ciudadana en los partidos tradicionles, cuyo resultado puede acabar con el mapa político salido de la Transición. El desafío soberanista no es el menor de los problemas a los que se expone la Democracia española. La crisis económica y las noticias de corrupción de todo tipo ha abundado en la desconfianza en la actual clase política.
Remontar esta situación requiere de una nueva e ilusionante visión capaz de concitar las energías de un pueblo que asombró al mundo en los años setenta. Para ello se necesita Estadistas, Mujeres y Hombres de Estado, magnánimos y audaces. Necesarios en el Gobierno, en la Oposición y en todos los niveles territoriales. Porque, como dice el refrán: a grandes males, grandes remedios ¿Hay en el panorama nacional dirigentes de este calibre?
Qué cada lector se responda a esta pregunta.