Fomento de Construcciones y Contratas (FCC) pasa por lo momentos más díficiles de su larga historia. El grupo que hace apenas un lustro presumía de liderazgo en el sector constructor español está hoy ahogado por el peso de una deuda asfixiante que ha forzado un tijeretazo histórico en la estructura de la compañía. Donde más le duele a su primer accionista y dueña Esther Koplowitz, que públicamente siempre había calificado a sus empleados como «la familia». Se podía perder dinero, activos y hasta el dividendo, pero la plantilla era la plantilla.
Pero los tiempos han cambiado, los acreedores y los inversores no perdonan y ya no hay lugar para sentimentalismos, ni siquiera en las compañías de rancio abolengo como FCC, una empresa familiar a fin y al cabo. A los casi 850 despidos en la división de construcción -una cifra rebajada sobre los más de 1.000 previstos inicialmente-, de los más de 450 en la filial Cementos Portland y a los ya pactados en su participada inmobiliaria Realia se suman ahora los más de 220 trabajadores de los servicios centrales -el 48% de esta división- que saldrán del grupo tras la presentación de un ERE dolorosísimo.
Los servicios centrales son el corazón de la compañía, el núcleo de un grupo que hasta el comienzo de la crisis hace casi seis años parecía intocable. FCC, que en su larguísima trayectoria nunca ha tenido problemas sociales, tiene ahora que asumir las criticas de los sindicatos, que denuncian que el expediente se ha puesto en marcha en pleno mes de agosto -el de Realia también se ha negociado en pleno verano-, con poca luz y menos taquígrafos.
Como siempre ocurre en esas torres tan altas que son las empresas del Ibex, FCC pagará generosamente para acallar el ruido de fondo en plena venta de activos en un casa que siempre ha presumido de discreción y que históricamente ha sido un ejemplo de cohesión alrededor de la propietaria.
No puede ser menos a la vista de la jugosa indemnización del ex consejero delegado Baldomero Falcones, que aunque renunció a un parte de lo que le correspondía tras haber pilotado la etapa más negra del grupo -no son suyas todas las responsabilidades, ni mucho menos- se ha metido en el bolsillo 7,5 millones de euros. El dinero lo tapará todo, pero no podrá devolver al grupo el concepto de «familia», ese que la crisis se ha llevado en tantas compañías de la zona noble de la clase empresarial española.