Andan los profetas optimistas del ladrillo como locos a cuenta de los datos de ventas de viviendas de febrero facilitados por el Consejo General del Notariado. Como siempre que aparece un dato contundente, hay quien enarbola la bandera de la recuperación del mercado inmobiliario español y nos avisa de que conviene no retrasar la decisión de adquirir una vivienda no vaya a ser que se pierda la oportunidad de comprar bien y barato.
La mejora interanual de la actividad, del 40% en el segundo mes del año, ha desmentido la foto fija que pocos días antes daba el INE en el mismo mes, y que con un desfase de al menos tres meses –en realidad corresponden a los meses de noviembre y diciembre- apuntaba a que la depresión continúa. ¿Conviene dejarse llevar por las apariencias? Más bien cabe concluir que en el término medio está la virtud.
La realidad es que el mercado inmobiliario español está reaccionando desde el mismísimo suelo y que ese rebote es mínimo, lo que podríamos denominar una pequeña recuperación de subsistencia que no ha sorprendido a nadie. Todos los expertos medianamente serios del mercado habían apostado por una ligera reactivación de todas las variables que componen el mercado: compraventas, crédito, precios… Pero la razón es que después de un devastador 2013 el mercado ya había tocado fondo.
Con la recuperación económica en marcha, lo normal es que la actividad repunte. En realidad es una reacción cogida con alfileres, porque se compara con los meses de parón posteriores a la retirada de deducción por compra de vivienda. Por eso conviene esperar a los datos de al menos un par de meses más para valorar hasta qué punto la recuperación es mínimamente creíble, y mucho más es un escenario de inflación muy baja –los precios crecieron un 0,1% en marzo- que puede retrasar las decisiones de compra.
Los teóricos debaten estos días las posibilidades reales de que la economía española entre en un proceso deflacionista –caída continuada de los precios- que retrase las decisiones de compra, deteriore el consumo y amenace en definitiva la recuperación de la economía. Una situación que ya se ha producido y se sigue produciendo con toda la intensidad posible en el mercado inmobiliario español, en el que los precios acumulan una caída del 37% desde el comienzo de la crisis.
Y lo más grave –algo que los profetas optimistas no quieren ver- es que el proceso no ha terminado. Con la inflación en números rojos, nadie gana más que quien tiene su dinero en liquidez. Con los mismos euros, crece su poder adquisitivo. Dicho de otra forma, son los españoles muy solventes lo que más ganan en un escenario de baja inflación. Y son este tipo de ahorradores los que compran viviendas a tocateja, los que han mantenido relativamente vivo el ladrillo español en los peores momentos de la crisis.
Si hay expectativas de que los precios –de todo- van a seguir bajando, ¿por qué habrían de comprar casas ahora? Los compradores solventes han tenido mucho tiempo para aprender cómo se aprietan las tuercas a los vendedores en estos últimos cinco años. Más que nunca tienen la sartén por el mango porque en un escenario de baja inflación son los deudores –muchos de los que venden sus casas- quienes pierden capacidad para pagar sus deudas y pueden verse obligados a dar una nueva vuelta de tuerca bajista a los precios de las viviendas.
De momento, convendría poner en solfa los datos de febrero, que son todo apariencia. La realidad del mercado es que los compradores siguen esperando su oportunidad. Todo un banco de pruebas por si la deflación –el FMI nos da un 61% de posibilidades- se traslada a la economía real.