Ejemplo mundial por el crecimiento igualitario que ha permitido salir de la miseria a 40 millones de personas; depositario de eventos de relevancia internacional como la Jornada Mundial de la Juventud y la Copa Mundial de Fútbol en 2014, así como las Olimpiadas de 2016; país “milagro” que lleva camino de convertirse en la cuarta potencia mundial en 2030… Todo esto es Brasil.
Hace solo dos semanas nadie tenía motivos de peso para presagiar un repentino estallido del descontento social. Pero quizá esa ceguera era producto de una falta de visión por parte de los gobernantes. Tan enfrascados estaban en sus excelsas tareas que no se habían dado cuenta de que esa misma población, a la que creían tener engatusada con tanto evento, estaba preocupada por necesidades más mundanas.
Algo serio tenía que estar cociéndose en el ánimo de los brasileños para que cientos de miles de personas hayan salido a la calle a manifestar su malestar. Pero ¿qué?
La causa del estallido
En Túnez fue un vendedor callejero que se inmoló cuando le requisaron su mercancía; en Estambul ha sido un proyecto urbanístico que conlleva destruir un parque; y en Brasil, un aumento del precio del transporte en la macrourbe de Sao Paulo. En el primer caso, extendido enseguida a Egipto y Libia, el objetivo era derrocar dictadores; en Turquía subyace un secular enfrentamiento entre religión y laicidad…. ¿Y en Brasil?
Ni los analistas locales se ponen de acuerdo. Algunos dicen que las demandas de los manifestantes son tantas y tan variadas que es imposible ofrecer respuestas. Véase el recorrido del estallido: La chispa que prende la mecha la pone el llamado Movimiento por el Pase Libre, que reclama desde hace tiempo la gratuidad del transporte público en Sao Paulo, donde es caro y funciona mal. Aún así, la municipalidad decide incrementarlo unos céntimos y desata la indignación popular.
En pocos días los manifestantes pasan de ser miles a cientos de miles y las protestas se extienden a las principales ciudades brasileñas con demandas de lo más variopintas. Cómo es lógico, todo ello desborda al Gobierno y a quienes tratan de entender lo que ocurre.
Los motivos del descontento popular
El movimiento brasileño recuerda al de los “indignados” de otras partes del mundo y tiene características similares: se movilizan a través de las redes sociales, no están vinculados a partidos políticos, no tienen líderes reconocidos y tampoco tienen reivindicaciones claras.
Se trata, simplemente, de mostrar un descontento cuyo origen, en este caso, habría que situar un par de años atrás, según algunas opiniones, cuando la presidenta empezó a realizar cambios de ministros perseguidos por el fantasma de la corrupción. Algunos acusan al Gobierno de haber favorecido a grupos empresariales con unos fondos que deberían haberse destinado a gastos sociales. Otros dicen que, simplemente, el espectacular crecimiento de los últimos tiempos ha propiciado que los brasileños, satisfechas sus necesidades básicas, reclamen mejoras en sanidad y educación.
La comedida respuesta del Gobierno
En contraste con lo sucedido en casos anteriores, con el ejemplo de Turquía en mente, la respuesta de las autoridades brasileñas ha sido ejemplar. La presidenta Dilma Rousseff ha dicho que las manifestaciones pacíficas son “legítimas y democráticas” y el ex presidente Lula ha manifestado que “la democracia no es un pacto de silencio” y que no hay problema que no tenga solución a través de la negociación.
Se trata de un movimiento incipiente, pero no parece que el gobierno pretenda solucionarlo, como en Turquía, por métodos policiales. Es más, las críticas a la actuación policial en Sao Paulo podrían tener consecuencias negativas para el Gobernador del Estado.
Amigos brasileños que conocen muy bien la realidad del país opinan que detrás de las manifestaciones se ocultan intereses políticos cuyo objetivo sería deslucir los eventos de los próximos años y deslegitimar al gobierno de Rousseff. En todo caso, para valorar correctamente la situación hay que colocar en un lado de la balanza los avances sociales y económicos que ha experimentado Brasil, que están sirviendo como ejemplo a otros países en desarrollo, y en el otro lo que queda por hacer, que aún es mucho. Lo que terminará inclinándola a un lado o al otro será la prisa que tengan los brasileños por alcanzar un nivel de vida similar al del primer mundo.