«De hecho, también mejora nuestra capacidad de trabajo cardiovascular y la respiración (especialmente en asmáticos), estimula las terminaciones nerviosas y potencia la síntesis de vitamina D, ayudando a calcificar nuestros huesos y nuestros dientes», ha recalcado el experto.
Y es que, con la suficiente exposición solar, el cuerpo cubre por sí solo el 80 por ciento de sus necesidades de vitamina D, el otro 20 por ciento se consigue a través de la dieta. La vitamina D se encuentra, por ejemplo, en alimentos como el pescado, los huevos y la leche. Un déficit grave de vitamina D, puede provocar, entre otras situaciones clínicas, la deformación de los huesos en los niños (raquitismo), el reblandecimiento de los huesos en los adultos (osteomalacia) o su debilitamiento (osteoporosis).
Ahora bien, el experto ha recordado también que una exposición prolongada o sin la adecuada protección conlleva importantes riesgos como, por ejemplo, enrojecimiento de la piel, llegando incluso a provocar quemaduras de primer y segundo grado, cáncer de piel o trastornos de la vista como cataratas.
Además, ha apostillado, a corto plazo exponerse al sol puede provocar fiebre y dolor de cabeza. «Si las exposiciones son prolongadas, a la larga conllevan el envejecimiento prematuro de la piel y también la inhibición del sistema inmunitario», ha señalado.